Entre 1338 y 1340, en los años próximos a la peste negra, Ambrogio Lorenzetti realizó para la ciudad se Siena, Italia, un fresco conocido como la «Alegoría del buen y mal gobierno». En el representaba las virtudes de uno y las desgracias del otro, expresando los efectos que podían tener. El buen gobierno está representado por la fortaleza, la prudencia, la paz, la templanza, la justicia y el altruismo. En cambio, al mal gobierno, simbolizado por una iconografía tiránica, lo acompañan la vanidad, la traición, la crueldad, el fraude y la revuelta. Un mal gobierno provoca desamparo, pobreza, tierras abandonadas, naturaleza destruida y la guerra.
Por décadas los académicos han escrito sobre su significado en diversas disciplinas y los estudiantes de derecho público han sido educados en la importancia pedagógica de este fresco. Con él se suele explicar la importancia de las instituciones, la interdependencia que debe existir entre los ciudadanos para que los asuntos públicos funcionen -es la etapa de madurez de la comuna- y la relevancia sobre cómo se ejerce, aquella práctica que no puede ser capturada por las reglas constitucionales ni legales, pero de cuyo ejercicio depende la prosperidad.
Los tiempos que vivimos son como aquellos que buscó retratar Lorenzetti. Cuando nos encontramos amenazados por una calamidad sanitaria que no nos da tregua, la diferencia entre un buen y mal gobierno es determinante para los años que vienen. Como se ha sostenido, el covid ha transformado un asunto de salud pública en una verdadera pandemia política en distintas partes del mundo y con ello nos ha revelado las fisuras que aquejan a los Estados.
La administración Piñera es un fiel representante de esa tensión. Mientras el proceso de vacunación es un ejemplo de celeridad, de instituciones públicas sanitarias que reivindican su tradición y de prevención en la adquisición de las vacunas, la gestión de la pandemia, y en particular la manera en cómo las autoridades han comunicado los riesgos a los cuáles están expuestas las personas, son expresiones de un mal gobierno.
El modo en que el ministro de Salud ha actuado estos días, culpando a la prensa de la forma en que se exponen los hechos antes que asumir su propia responsabilidad en la manera en que transmite sus mensajes, es la manifestación más evidente de la jactancia institucional con la que ha operado cada vez que ha enfrentado una crítica. Enrique Paris no debería olvidar que su actuar compromete al Estado y no le está permitido, por el rol que ostenta, transformar sus pasiones en veredictos oficiales. Esa distinción elemental es esencial para separar un buen gobierno de uno malo.
Publicada en La Segunda.