¿Cómo rescataremos nuestra convivencia? ¿En qué momentos volveremos hablar con el amigo o familiar con quien dejamos de conversar por un subido intercambio de opiniones? ¿Cómo trataremos a los derrotados? Porque la noche del próximo domingo, cuando la política comience a consensuar la manera que la discusión constitucional continuará, cualquiera sea el resultado del plebiscito, los demás deberemos tratar de recuperar nuestra vida cotidiana.
Han sido catorce meses de intensos desencuentros, donde una esperanza compartida dio paso al desengaño. Y esto porque la pandemia no nos ha abandonado; la vulnerabilidad en la que viven una cantidad importante de personas requiere de solidaridad; hay certeza de que los meses que vendrán serán difíciles para la economía de la mayoría de las familias, y la frustración de un proceso constituyente que pudo generar elementos para el encuentro de una sociedad fracturada, pero que ha terminado en una discusión en que los adversarios ahora son enemigos.
Como deberían saber todos quienes participan en el debate público, el pasado nos enseña que reducir las discrepancias políticas a la relación amigo-enemigo termina por destruir la democracia, porque el disenso es inadmisible, transforma la tolerancia en un asunto simplemente retórico y deshumaniza al oponente, porque no le reconocemos dignidad a él ni a sus ideas, inhabilitando su existencia en el espacio público.
En estos meses, pero en especial en las últimas semanas hemos recorrido peligrosamente ese camino. A veces olvidamos que nuestro país tiene indicadores de baja confianza interpersonal que dificultan nuestras relaciones con los demás; que las redes sociales y las comunicaciones telemáticas no capturan la importancia de la existencia del otro y, por lo mismo, somos capaces de sostener afirmaciones, retorcer recuerdos personales dolorosos y proferir insultos que no estaríamos en condiciones de sustentar si el otro estuviese en nuestra presencia. Ello alimenta el narcisismo de quienes reivindican una supuesta supremacía moral, política o técnica, pretendiendo dar lecciones unilaterales de todo cuanto hay.
Esas disputas nunca han comprendido la importancia del debate en el que hemos estado, donde es esencial el bienestar de las futuras generaciones, pero también el respeto a la memoria de quienes ya no están entre nosotros, pero que lucharon incansablemente por una nueva Constitución a riesgo, incluso, de sus propias vidas.
Por eso, piense con quién cree que debería tomarse un ‘café constitucional’ el lunes 5 por la mañana y recoger las astillas que este proceso ha dejado en nuestros vínculos. Al final, tenemos un Estado social que construir, una sociedad diversa que promover, riesgos climáticos que gestionar y una economía que debe incluir a todos.