Independiente del resultado del 4 de septiembre, y de las legítimas posiciones frente a la posibilidad de una nueva Constitución (NC), la pregunta que vendrá al día siguiente será: ¿cómo seguir viviendo juntos? No es un simple ejercicio retórico, sino que es el esfuerzo por asegurar que en tiempos de opciones políticas profundas e intensas logremos converger en mínimos que nos permitan convivir e incluso más, puesto que debemos avanzar. No será posible responder la pregunta si es que nos preocupa recién su respuesta cuando el camino esté recorrido, más vale adelantarnos y caer en la cuenta que las posibilidades para contestarla ya se empezaron a jugar.
La rabia ha sido un sentimiento persistente en los últimos años, que si bien tuvo su mayor expresión durante las semanas del estallido social, se venía asentando hace años. El proceso constituyente, más que hacer el milagro de sanar todos nuestros males abrió un camino institucional para discutirlos, procesarlos y canalizar de alguna manera dicho malestar. Sin el afán de ser autocomplaciente, haber logrado aquello no es menor. Algunos, en la desorientación y ansiedad de superar de alguna manera dicho momento, quisimos pedirle a este proceso -antes de iniciarse- más de lo que con su mejor desempeño podría haber logrado. En eso nos equivocamos, y por lo mismo, hay que asegurar condiciones que nos permitan seguir avanzando juntos. Estamos recién en el punto de partida.
Muchas veces nos referimos a los problemas de Chile, y especialmente los de nuestra convivencia, como si fueran algo que sucede «allá lejos» cuando todos tenemos un rol en ello. A pocas semanas de que termine el trabajo de la Convención Constitucional y se inicie el debate sobre el texto de la propuesta de NC, hay una responsabilidad por el futuro colectivo de nuestro país que no se puede obviar. El disenso y el debate apasionado es algo propio de una democracia viva, tener la oportunidad de discutir sobre un Estado regional o el nuevo estándar de paridad es algo excepcional, con independencia de lo que cada uno estime al respecto. Sin embargo, disentir no puede dar espacio a mentiras, y en esto -como un buen amigo siempre me recuerda- las exageraciones también lo son. En tiempos de redes sociales, las tentaciones para escribir alguna frase destemplada pero con recepción masiva irán en aumento, no obstante, la preferencia por menos luces requiere más talento y si bien no dan rédito inmediato, nos ayudarán a vivir mejor. Por último, el ataque personal no mejora la calidad del argumento, sino que lo empobrece, y no vale criticárselo a otros cuando cada quién tiene su propia obsesión individual.
El tiempo que viene es exigente, porque requiere la destreza de mostrar las diferencias en el debate asegurando al mismo tiempo el cuidado de lazos colectivos que por mucho tiempo dejamos de experimentar. Sin embargo, si es que el 5 de septiembre queremos tener la posibilidad de respondernos cómo seguir viviendo juntos, habrá que trabajar desde ya.