Días atrás, en una actividad en Antofagasta, el Presidente Piñera se refirió a su política migratoria. Justificando nuevamente la negativa a firmar el pacto de Naciones Unidas, señaló que su proyecto de ley, que persigue en su opinión tener un sistema de migraciones ordenado, busca “cerrar la puerta con machete” a quienes vienen a delinquir, vinculando de esa forma migración con delincuencia. La frase del Presidente sorprendió a muchos, especialmente porque ella se ha transformado en una muletilla común de aquellos líderes de ultraderecha que, en todo el mundo, utilizan la migración como un medio para identificar un enemigo común para los males locales y, por esa vía, legitimar la negativa de cualquier tipo de derechos.
Es cierto, como ha sostenido la ministra Cubillos estos días, aunque por un tema distinto, que “los gobiernos tienen la obligación de impulsar iniciativas que reflejen sus convicciones”. Pero es cierto también que, en el debate público, especialmente cuando se trata del Presidente de la República, hay palabras inadmisibles, sobre todo si a través de ellas se induce indebidamente a conclusiones equivocadas o derechamente falsas. Según las cifras oficiales, que el Presidente de seguro tiene en su escritorio, la inmigración no tiene incidencia en los índices de delincuencia, datos que son consistentes con los disponibles en otras partes del mundo.
Lo irónico es que mientras el Presidente simbólicamente empuñaba un machete contra la migración, la Comisión Nacional de Productividad indicaba que, después de una década de resultados negativos, nuestro país ha vuelto a crecer en 1,3% en productividad. Según las cifras ofrecidas por dicha institución, casi la mitad del aumento de la fuerza de trabajo se debe a la inmigración durante los años 2012 a 2017 —el período acusado de desregulación migratoria por parte de la administración Piñera—, esencialmente porque el 81% de aquellos migrantes trabajan o buscan empleo y tienen, en general, mayor escolaridad que los nacionales.
Si nuestro país no quiere ser víctima de discursos populistas que degradan la dignidad humana y que por esa vía deshumanizan nuestra propia existencia, haría bien que las autoridades con responsabilidad política, como el Presidente, se detengan por un momento en las palabras que utilizan y los hechos que afirman.
En la misma semana en que conocimos esas manoseadas declaraciones, pudimos discutir también acerca del destino de la especie humana en el Congreso Futuro. Un momento que, acudiendo a las palabras de Steven Pinker, nos sirve para recordar que la historia nos enseña que cuando sentimos empatía o compasión hacia otros, y aplicamos nuestro ingenio a la mejora de la condición humana, en general solemos progresar.