Como si de un mal sueño se tratara, y quizás más porque recién estamos terminando las vacaciones, hoy la pandemia del coronavirus nos parece muy lejana. No obstante, a tres años de su inicio, su amenaza aún sigue vigente. Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) proyecta que este año el Covid-19 dejará de ser considerado una emergencia para la salud pública mundial, países como China aún padecen los efectos de sus variantes.
Si bien es cierto que nuestro país ha seguido una efectiva estrategia de vacunación de la población, no podemos descuidar que hasta la fecha el Covid-19 ha tenido diversas consecuencias en nuestra sociedad, desde la muerte de más de 52 mil personas (cifra confirmada por fuentes oficiales), impactos en nuestra economía y también una huella fundamental en nuestras vidas cotidianas.
Así, este año debería ser abordado con los pies en la tierra, tanto asegurando la continuidad de la vacunación de las poblaciones más vulnerables, como también obteniendo lecciones de lo vivido y preparándonos para las futuras emergencias que vendrán. Después de todo, habitamos un planeta en crisis climática.
Dentro de los aprendizajes, cabe reconocer que durante la pandemia se activaron redes de economías locales que fueron fundamentales para alimentar a la población rural e, inclusive, urbana. El rol de los pequeños campesinos(as) fue clave para asegurar la seguridad alimentaria y esto no ha sido debidamente visibilizado. También se activaron redes de organizaciones comunitarias para distribuir útiles de primera necesidad y apoyar a las familias que perdieron su fuente laboral durante los períodos más críticos. Este trabajo muchas veces complementó el rol de las municipalidades, que por sus propias condiciones no siempre son capaces de llegar a las familias más vulnerables.
Con esto en consideración, ¿qué lecciones podríamos obtener a tres años del inicio de la pandemia? Primero debe ser el reconocimiento de que vendrán nuevas crisis, ya sean pandemias o carencias fundamentales en las ciudades (tal como en tantos sectores rurales ya ocurre) y que estas impactarán con mayor fuerza a las poblaciones más vulnerables. Esta condición de la sociedad pone sobre la mesa la necesidad de fortalecer los servicios públicos y, por supuesto, reducir la desigualdad socioeconómica que provoca esta vulnerabilidad. Luego, un segundo aprendizaje es la necesidad de reconocer el rol de las comunidades y el tejido social, integrando en nuestra mirada de sociedad —y de paso en nuestras políticas públicas— instancias para protegerlo y fomentarlo. Visibilizar que la pandemia fue enfrentada tanto por el rol de los servicios públicos como por la sociedad civil es crucial para alcanzar una sociedad más resiliente.