La educación en Chile lleva años en el centro del debate y eso es una buena noticia, ya que allí encontramos nuestros mayores defectos como sociedad — la segregación— y nos jugamos buena parte de lo que logremos en las próximas décadas. Los principales proyectos del Gobierno, “Aula Segura” y “Admisión Justa”, a pesar de sus nombres tipo eslogan, adolecen del mismo sesgo: parecen mirar el problema como dueño de colegio, como “industria” en lugar de una visión de Estado, de “sistema educativo”.
Si para el dueño de un colegio, la expulsión es la solución a los brotes de violencia en los establecimientos (Aula Segura), en ningún caso lo es para quien administra el sistema educativo. Es sólo una medida transitoria, porque la solución solamente se alcanzará cuando podamos entregar a esos alumnos conflictivos la atención integral que requieren y les garanticemos el acceso a la educación, aunque sea en otro establecimiento. Del mismo modo, cuando la industria de la educación busca estrategias para lograr calidad y mostrar resultados (Admisión Justa), el camino más corto es salir a buscar alumnos con alto capital cultural (que casi siempre es heredado). Con ellos parte de la pega ya está hecha y lo que falte requerirá menos esfuerzo. Cualquier colegio se vuelve de excelencia si selecciona alumnos excelentes. El problema es que todo el resto del sistema pierde nivel (al perder sus mejores alumnos, efecto “tracking” ) y foco (la selección vuelve a ser una estrategia válida para lograr resultados, en lugar del aprendizaje).
Por otra parte, en lo que se refiere a los resultados del sistema de admisión (SAE), el proyecto no mejorará el porcentaje de alumnos que quede seleccionado en sus primeras opciones, sólo ofrece un criterio —lleno de sesgos discriminatorios— para decir que aquellos no seleccionados no se lo merecen. Las cifras del SAE (que ya son muy buenas) mejorarán cuando la oferta de buenos colegios aumente significativamente, para que la distribución de las preferencias se parezca más a la de matrícula. Todo lo contrario al efecto concentración de postulaciones que generará la existencia de unos pocos “emblemáticos”.
Por lo tanto, todo depende de la perspectiva: una estrategia efectiva para producir colegios de excelencia en el corto plazo no lo es para avanzar en garantizar educación pública de calidad. A Chile, por los niveles de cobertura y desarrollo que tiene, no le bastan unos pocos liceos de excelencia (5%), donde estén los elegidos, para rozar una élite impenetrable, dando apariencia de movilidad social. No podemos renunciar y condenar a los “sin mérito”. Debemos avanzar con urgencia por el camino largo: garantizar una educación de calidad para todos y todas las chilenas, que reduzca y no replique las desigualdades de cuna.