En los últimos años, las campañas han estado enfocadas en mostrar diferencias puntuales y evidentes entre los candidatos. Para eso, se han concentrado en levantar supuestos escándalos pasados de los contendores o en los llamados “temas valóricos”, relevantes para entender la verdadera concepción de libertad e inclusión de cada persona, pero muy reducidos en cuanto a lo que debiéramos estar discutiendo para elegir a nuestras autoridades.
Luego, los ciclos de cuatro años de un gobierno requieren –según recomiendan los expertos- “medidas concretas”, rentables en el corto plazo para asegurar “capitalizar” el apoyo ciudadano. El resultado es que hoy, fuera de un conjunto de iniciativas dispersas y sonoras –algunas notables-, no tenemos un proyecto de verdad que pueda convocar a la ciudadanía y, más aun, que justifique un intento político de recuperar o mantener el poder, más allá del poder en sí mismo. ¿Para qué? Esa debe ser la pregunta en cuatro años más.
Por eso a muchos chilenos no les parece importante votar, tendencia que se arrastra por demasiado tiempo y de forma consistente. Fuera de un “rostro” o un slogan, no parece estar jugándose mucho más. Al final, lo más movilizador ha sido el instinto de cuidar el propio empleo (público) o aspirar a uno mejor. Pero es muy poco: falta una épica –entendida como una visión compartida del país que queremos, de la que me sienta parte como ciudadano- por la que valga la pena, al menos, levantarse a votar.
Quienes tienen la tarea de gobernar, con suerte logran ejecutar el mandato que se les entrega en la elección, están demasiado cerca del problema y todo es urgente. Los partidos han estado abocados a la ardua tarea de la articulación de fuerzas cada vez más heterogéneas (además de mantener cargos, cuotas y administrar favores, hay que decirlo).
En este contexto es esencial que existan espacios que se permitan pensar más allá de los ciclos presidenciales o parlamentarios; que se obliguen al uso de la evidencia rigurosa en lugar de la construcción frenética de programas que repiten fórmulas obsoletas; que tomen cierta distancia del gobierno de turno, de sus urgencias y contingencia, para contribuir a la construcción de un proyecto que llene el vacío que la ciudadanía siente.
Ese desafío, sin duda, ha estado en el origen de los distintos centros de estudios que han jugado un rol relevante en la construcción de nuestra institucionalidad, incluido Espacio Público que este año cumplirá cinco años.
Esta tarea debemos abordarla desde una orientación política definida, pero con una marcada independencia, recogiendo nuevos estándares de transparencia, probidad y ética que son esenciales a la hora de reconstruir confianzas en nuestro país, para poder mirar al futuro. En esa línea, nos enorgullece el reconocimiento de hace algunas semanas de un vespertino que –bajo una estricta metodología- nos nombró como el think tank con mejores estándares de transparencia. Pero vemos que nos queda aún un largo trecho como sector.
Hoy el desafío es aún mayor, y la invitación debe ser más amplia. Los centros de estudio debemos generar espacios de encuentro que nos permitan ir más allá de nuestras propias capacidades, propiciando el trabajo conjunto entre nosotros y con distintos organismos de la sociedad civil, expertos y usuarios. La inclusión, colaboración y transversalidad, no sólo deben ser parte de nuestras propuestas, sino que deben ser valores permanentes en el proceso de generarlas.
Podemos soñar con un país más justo y amable, uno del que todos nos sintamos parte. Pero no ocurrirá de forma espontánea ni accidental, no será consecuencia de una sumatoria de iniciativas individuales, sino de un proyecto colectivo, de una visión compartida que debemos construir entre todos. En Espacio Público esperamos ser parte de esa tarea, tan necesaria y ausente.