‘Este es el sueño del pibe, para esto estudiamos’, decía entusiasmadísimo Joe Ramos -muy merecidamente elegido Economista del Año 2020- cuando nos nombraron en la Comisión Nacional de Productividad (CNP) en el 2014. Yo, escéptica, dudé sobre el impacto de nuestras recomendaciones. Hace unos días, la Comisión estimó que se han implementado solo un 12% de ellas. De hecho, si tomáramos las recomendaciones de comisiones varias, más las del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia, la Fiscalía Nacional Económica y la CNP, tendríamos un potente programa de gobierno. Así se gastan recursos y talentos en estudios y propuestas que los tomadores de decisiones ni siquiera leen.
Supongo que eso sucede, en parte, porque se requiere trabajo y esfuerzo para concentrarse, estudiar y analizar alternativas de solución a un problema de política pública; sin mencionar la valentía de estar dispuesto, después de tanto estudio, a cambiar de idea. Como si eso fuese poco, es necesario acordar, al menos con la gente del ‘sector’, empujar una política determinada. Y los cambios dejan lesionados en el camino, con el consecuente costo político.
¿Hay incentivos para acometer esta ardua tarea? Poquísimos. El incentivo en política es sacar votos, ser conocido, salir en la tele, y los periodistas no quieren escuchar sesudos análisis, sino una cuña, ojalá incendiaria y que motive airadas respuestas. Y ni hablar de las redes sociales. Un parlamentario concentrado en hacer la pega, probablemente no será reelegido, o frustrado, ni lo intentará.
Cuando era una joven economista, pensaba que la educación era clave para reducir desigualdades y aumentar la productividad. Desde entonces he conocido múltiples otras trabas a nuestro desarrollo; pero, las soluciones a todos estos problemas siempre pasan por la política y, entonces, vuelvo al punto de partida, la urgente necesidad de alcanzar mayores niveles educativos. Recordemos que entre la población con educación terciaria en Chile, solo el 5% tiene un alto nivel de comprensión lectora. ¡Porcentaje incluso menor al promedio para educación secundaria en la OCDE!
Se requiere que la gente entienda los problemas y, más importante, que debata sobre ellos, que sepa escuchar distintas opiniones. Ello les permitirá emplazar a los políticos y exigirles que hagan su trabajo; que estos se vean obligados a explicar los pros y contras de sus decisiones, más allá de la consigna. Pero no basta con entregar herramientas, se deben crear oportunidades para que se practiquen y desarrollen. Así, creo fundamental que haya muchas formas de participación ciudadana que fomenten estos hábitos; no para reemplazar a la democracia representativa, sino para hacerla más relevante. Felicito iniciativas como Tenemos que Hablar de Chile, Deliberación País y la consulta sobre empleo público del Ministerio de Hacienda, entre otras, y deseo que se multipliquen y profundicen durante el proceso constituyente. La educación enriquece el alma y la democracia.