Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana
15 de diciembre de 2021
Pronóstico reservado
«Por fin en casa», rezaba la oportuna publicidad de Ikea aparecida en la prensa alemana el mismo día en que la excanciller Angela Merkel dejó su cargo tras 16 años. El fin de una era. Finalmente, todo cambia, nada es permanente -al menos cuando de democracias reales hablamos- y Alemania -y Europa como derivado- deberá comenzar a adaptarse a una nueva etapa con el «aburrido» Olaf Scholz a la cabeza. Un nuevo ciclo, como el que se comenzará a definir acá dentro de una semana. En la montaña rusa de resultados que nos han deparado las abundantes -excesivas dirán algunos- elecciones de este año, el próximo domingo 19 se sumará otro capítulo. Y como estamos en territorio ignoto, a oscuras y sin encuestas, pocos se atreven a adelantar un resultado.
Para Héctor Soto, «quien diga tener completa claridad sobre los ejes en los cuales se va a dar la segunda vuelta de la elección presidencial está engañado o se está mintiendo a sí mismo», porque, como agrega, coherencia electoral ha habido poca en las últimas elecciones. «Un día le abrimos la puerta a la izquierda y a los pocos meses se la cerramos de un portazo. Un día celebramos el salto de los torniquetes y la quema de estaciones del Metro y al otro transformamos la seguridad y el orden en la primera prioridad ciudadana», apunta. Nos volvimos adolescentes, dirán algunos, estamos en Busca del Destino, como esa película de Dennis Hooper, y en poco más de una semana estaremos ahí de nuevo, votando.
Y si bien es cierto que predecir el resultado puede ser a esta altura un ejercicio arriesgado, para Max Colodro lo que no está en duda es que aunque la diferencia el próximo 19 de diciembre sea estrecha, paradójicamente «dejará instalado un verdadero abismo, una distancia sideral entre visiones de país y diagnósticos sobre el presente». Muchos votarán por el mal menor -convertidos como estamos en una copia de las elecciones de nuestro vecino del norte- y «en los hechos, a partir del balotaje emergerán dos países todavía más enfrentados, con nada en común y muy poco ánimo de colaboración». Y eso, para Colodro, instala la mayor interrogante que deja el actual proceso: ¿Qué ocurrirá al día siguiente?
No será un país fácil. Como escribe Ascanio Cavallo, «el próximo cuatrienio recibirá como herencia(…) una inflación olvidada por más de 20 años, el golpe retardado de la parálisis pandémica, el rebrote del desempleo y un retroceso del consumo y la inversión». Y en ese ambiente, el equilibrio entre las promesas y el realismo es muy delicado. «Es un ejercicio de finura que no está disponible entre los aficionados, y es también lo que hace la diferencia entre los buenos y los malos gobiernos», apunta Cavallo. Pero no sólo eso. También será decisivo el clima de la sociedad -uno que ha estado inestable. Y ahí, «el peso mayor de la responsabilidad caerá sobre quien sea elegido presidente». Es bueno tenerlo claro.
¿Impostura o moderación?
El debate por estos días parece ser quien cambió más. Ya lo decía Mercedes Sosa, todo cambia. Aunque en este caso, dependiendo de dónde viene el comentario, el cambio parece cargado de engaño o estrategia electoral. A fin de cuentas, esto se trata de ganar una elección. Pero sería bueno recordar a Keynes -tan revitalizado por estos días- que acostumbraba decir que cuando «las circunstancias cambian, yo cambio de opinión». Y las circunstancias cambiaron. La clave quizá, como escribía Ascanio Cavallo, es que «en ninguna elección anterior el desplazamiento forzado de los candidatos había sido tan obvio como en este caso». Según él, nunca antes «la política había exhibido esta mundanidad tan cruda, esta búsqueda tan ansiosa e interesada de millares de votos».
¿Es la «degradación de la política» de la que hablaba Carlos Correa el lunes pasado? Todo sea por los votos. Y en especial por los de Franco Parisi, casi 900 mil, que ni uno ni otro candidato parecen dispuestos a sacrificar. En la nueva política, apunta Correa, pareciera que «el arte de gobernar termina siendo solo lucecitas montadas para escena, y con aroma podrido a populismo». Al final, en este escenario, como escribía Paula Escobar, el candidato «que no estuvo en ningún debate presidencial y que por lo tanto no se sometió nunca a las preguntas de los periodistas» pasó a ser «el Kingmaster, el gran elector, al que hay que rendir tributo». Pero ¿cuánto influirá sobre sus electores? Boric podrá medirlo, tras cambiar de opinión y decidir no ir a su programa.
Y en esa discusión, la de los cambios y las concesiones, Pía Mundaca agrega otro punto. Porque si bien, como dice «la lucha por el poder en democracia admite un espectro más que amplio de maniobras electorales para alcanzarlo» y «no se trata de escandalizarse por las prácticas duras e incluso poco decorosas que son inevitables en elecciones tan ajustadas» -ya lo decía Maquiavelo, después de todo- «los candidatos no debieran olvidar», según ella, «que lo que están dispuestos a hacer para alcanzar el poder es en cierta medida un anticipo de cómo lo ejercerán en caso de ganarlo». Y más aún, «una señal de hasta dónde son capaces de llegar para no perderlo». Y en ese proceso, «no es bueno subestimar al electorado». El juego de máscaras, a fin de cuentas, puede tener sus costos.
Un asunto de confianza
En tiempos de desconfianza a la política, los cambios -cuando son excesivos- puede poner en cuestión la credibilidad. Como escribía Juan Ignacio Brito sobre Boric, al candidato de Apruebo Dignidad la renovación socialista «que tomó 15 años de dolor, pérdidas, exilio y reflexión crítica», le tomó cuatro días. O como decía Yanira Zúñiga sobre José Antonio Kast, los «errores» de su primer programa de los que habló el candidato republicano «están lejos de ser deslices o modulaciones programáticas». Como nunca parece resonar esa frase de Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros». Y muchos «otros» han encontrado los dos candidatos. Todo sea por la nunca bien ponderada moderación, dirán algunos, aunque se ponga en riesgo credibilidad y confianza.
Pero como no solo de giros y volteretas vive el ser humano, bienvenido sea también el otro debate que se viene cocinando a fuego lento desde julio pasado, el de la Convención Constitucional. Una Convención que como advierte Paula Walker vive una «delicado momento». Porque desde la votación del plebiscito del 2020 «el apoyo al trabajo de la Convención no sólo no ha despegado, sino que se viene deteriorando». Ahí están los estudios de opinión que lo refrendan. Por eso, según la exdirectora de la Secom, en un país donde la opinión pública tiene «el corazón dividido», los convencionales deben trabajar «sin perder de vista en qué contexto se desempeñan» y «construir acuerdos». «Quienes estén por imponer posturas irán quedando al lado», asegura.
Pero volviendo a eso de ayudar a recuperar la confianza perdida en el sistema político, Javier Sajuria ve un camino posible en la discusión sobre régimen político. Según él, «si queremos diseñar un sistema donde el poder esté desconcentrado, a la vez de dotar a los gobiernos de la capacidad de llevar adelante sus propuestas, es más razonable mirar hacia las experiencias más recientes de parlamentarismo». Un sistema que ofrece negociaciones transparentes para formar gobierno si nadie obtiene mayoría y que hace que para sobrevivir «el gobierno» deba cumplir con sus «promesas». Es mejor camino, según Sajuria para «crear gobiernos que se ganen la confianza ciudadana en vez de seguir perdiéndola». Si de series se tratara, es pasar de la lógica de The West Wing a la de Borgen. Todo dependerá de los «guionistas» de la futura Constitución.