Cuando la segunda administración Bachelet planteó su reforma educacional, el entonces ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, sostuvo la polémica metáfora de que era necesario ‘bajar’ a otros de los patines para lograr equidad en educación. Una expresión torpe para reivindicar la igualdad provocó que destacados intelectuales de derecha sostuvieran que esa tesis desconocía los esfuerzos de las familias, y que sus parlamentarios la utilizaran para oponerse al proyecto de inclusión, que sólo pudo ser ley después de que fuera impugnada ante el Tribunal Constitucional.
Cuando días atrás el Presidente Piñera anunció su proyecto de reforma bajo el eslogan ‘admisión justa’, utilizó la metáfora del esfuerzo y la montaña, aquella mencionada en otras oportunidades para referirse al emprendimiento. Para él, afirmó, ‘mérito y esfuerzo’ forman parte esencial ‘de las metas de nuestras vidas’. De ahí que la actual ministra de Educación sostuviera que este proyecto se basa en la idea de que el ‘mérito no es un premio, es justicia’.
Pero más allá de la discusión de patines y montaña, ¿qué aspecto revela de mejor modo la controversia? En mi opinión, es el tratamiento de los colegios de ‘alta exigencia’. Mientras la actual ley, tras la reforma de 2015, admite que estos establecimientos sólo puedan seleccionar hasta el 30% de sus estudiantes, la propuesta del Gobierno es permitirles que lo hagan en el 100% de los casos.
La discusión planteada por la administración Piñera no es un simple ajuste. Detrás de ella se encuentra una manifiesta disputa política sobre cómo entender la justicia y el mérito, la misma tensión que se ha manifestado en cada reforma educacional emprendida desde el retorno a la democracia. Para la derecha el mérito —la idea de que a través del esfuerzo, las notas en este caso, es posible el éxito— es lo que representa de mejor modo la autonomía individual desde la niñez. Así las cosas, la justicia consiste sencillamente en aceptar ese resultado como correcto.
El problema, sin embargo, es algo más complejo. La discusión sobre ‘admisión’ escolar exige considerar, antes del mérito, si quienes ‘compiten’ por el mismo se encuentran en condiciones similares. De lo contrario el mérito es simple resultado de mayorazgos inmerecidos. Lo que la derecha se resiste a asumir es que esa condición inicial es aleatoria, como el país y la familia en donde nacimos. Por eso la educación es un derecho constitucional garantizado y cumple un rol esencial en tratar de igualar esas condiciones iniciales para que una sociedad democrática sea decente. Porque, de lo contrario, el mérito queda reducido a los privilegiados por la ‘lotería natural’, una competencia limitada entre los que disponen de patines o de abrigo para resistir la montaña.