Los resultados de la Encuesta CEP nos obligan a reflexionar sobre múltiples dimensiones de nuestra vida social y política. Específicamente, la caída de la preocupación de la delincuencia como problemática principal para la ciudadanía. Llama la atención que un tema que estuvo entre los tres problemas centrales en todo el período 1990-2018 termina cayendo a quinto lugar, justamente en el contexto donde algunos consideraban que se veía ‘criminalidad’ en la calle y ‘narcotráfico’ tomándose los territorios. La tarea de interpretar esta situación requiere más tiempo y complementación con estudios cualitativos, pero creo que hay dos hipótesis previamente estudiadas que no podemos dejar de lado.
Primero, la delincuencia se convirtió en el único tema de real debate político en el país, cuando el espectro político estaba de acuerdo con los avances del modelo, con los logros de la transición, con la llegada al club de la OCDE; la delincuencia se convertía en el tema donde unos proponían mano dura, castigo, policía, y otros narrativamente se alejaban. Esto explica la temperatura de los debates electorales y las propuestas de populismo punitivo que hemos observado sostenidamente.
Segundo, cuando los miedos al sistema económico eran invisibles, el temor al delito se convertía en un chivo expiatorio clave para tener un culpable de la permanente sensación de inseguridad, incerteza y malestar. Hoy, se reconoce que la mala calidad de los servicios, el abandono del rol protector del Estado, las desigualdades nos afectan directamente, y tal vez por eso dejamos de pensar solo en el delincuente como posible amenaza. Avanzar en estas pistas de interpretación es clave para no volver a caer en interpretaciones simples. Si se cree que los problemas son principalmente criminales, entonces la solución es la construcción de un Estado policial. Y, bueno, somos testigos privilegiados de los horrores que eso genera.