Mientras abundan los análisis sobre los hechos ocurridos a partir del 18 de octubre de 2019, lo cierto es que sólo el tiempo será capaz de decantar las razones y efectos de lo que se inició ese día. Por ahora cualquier juicio pareciera transitorio.
Pero no es posible pensar esta época sin evaluar las consecuencias sobre nuestro sistema institucional, incluido la forma y modo en que administramos la perplejidad que se asomó con la pandemia a partir de febrero de 2020. Son dos años, en donde hemos aprendido sobre vulnerabilidades, desnudado las precariedades de la vida cotidiana, rescatado a la democracia y revelado la importancia de un Estado eficaz.
La crisis de octubre no hubiese sido posible canalizar sin el acuerdo de noviembre de 2019 y, con ello, la decisión de que el camino constitucional —que no es más que el respeto por las decisiones institucionales, aunque nos desagraden— era la única manera de avanzar en un período agobiante. Un proceso que, aunque algunos lo olviden hoy, las personas apoyaron abrumadoramente en las urnas.
Pero tras ese acuerdo, la pandemia nos introdujo, como si fuese una pesadilla, en un confinamiento permanente. La tensión entre libertad personal, educación, subsistencia y el cuidado que nos debemos entre todos, nos obligó a reconocer que tenemos una vida común, una que nos exige compromisos que van más allá de las atenciones sanitarias.
A pesar de dos años difíciles y de la degradación progresiva del presidencialismo, hemos descubierto, también, que disponemos de un sistema institucional que a pesar de crisis sucesivas ha podido gestionar la incertidumbre. Mientras las interrogantes de la pandemia podían comprometer la participación electoral en el plebiscito, el Servel fue capaz de organizar una elección impecable; cuando no sabíamos cómo se instalaría la Convención, Carmen Gloria Valladares y John Smok —la representación simbólica de los funcionarios públicos— guiaron el proceso sin estridencias y, en momentos de incerteza sobre la evolución de la pandemia, el Estado y la asociación universitaria, permitió que pudiéramos disponer de vacunas suficientes de la cual nos beneficiamos hoy.
Mientras algunos líderes empresariales piensan que sus inversiones estarán más seguras en el extranjero, otros tantos creen que se puede gobernar con el espíritu juvenil de la marcha de los paraguas de 2011. Sin embargo, estos dos años nos enseñan que, pese a todas las adversidades, el sistema institucional ha seguido operando y eso en buena parte se debe a que quienes le dan identidad mantienen su lealtad con la democracia y la separación de poderes. Algo tan elemental, pero esencial en momentos donde la razón pública ha cedido con frecuencia ante la afectividad electoral.