Para quienes hemos estado ligados al tema educacional es trágico ver cómo encanecemos viendo las mismas caras en diversas comisiones. En el 2017 nos vimos otra vez, en la Comisión Nacional de Productividad; con más datos y con expertos internacionales, resultó un muy buen documento. Las conclusiones y recomendaciones no cambiaron.
Es increíble que estando en la base de los problemas de productividad y distribución del ingreso, estas recomendaciones queden para el olvido: Hace falta un sistema de formación a lo largo de la vida. Un sistema que permita ir construyendo sobre lo ya aprendido, que permita certificar lo aprendido, ya sea estudiando o trabajando, y que ese certificado sea reconocido para volver al aula y no empezar desde cero. Más importante, las habilidades o competencias que se enseñen deben ser diseñadas desde las necesidades del sector productivo para asegurar empleabilidad. Es decir, hace falta un marco de cualificaciones.
Es difícil entender cómo los empleadores o sus asociaciones, que deberían estar preocupados por la productividad y claman por encontrar trabajadores mejor capacitados -salvo excepciones-, dedican tan pocos recursos a la capacitación de los propios y a construir un sistema que provea mejores competencias.
El efecto distributivo es enorme, baste recordar que 40% de los egresados de la educación media vienen de liceos técnicos (EMTP) y que los padres del 56% de ellos no terminaron su educación secundaria, comparado con un 23% en la educación científico-humanista (EMCH). A pesar de ello, la subvención escolar no da cuenta de la diferencial de costos de ambos tipos de enseñanza, sus aprendizajes no son medidos y los programas se renuevan infrecuentemente y sin la necesaria participación de los potenciales empleadores.
La condición socioeconómica de tales alumnos produce trayectorias distintas a las de sus pares que egresan de EMCH. El estudio de la CNP, siguiendo en el tiempo a la cohorte que egresó de la enseñanza media el año 2007, indica que un alto porcentaje de los egresados de liceos técnicos eventualmente ingresan a la educación superior (63% vs. 90% de los egresados de EMCH al 2016). La gran mayoría estudiará carreras técnicas. Y aquí, otra vez perdemos la oportunidad de darle mejores herramientas para prosperar.
En efecto, en el caso de la TP a nivel terciario, también nos encontramos con problemas. Desde ya la multiplicidad de carreras con distintos nombres introduce muchísima opacidad y dificulta las decisiones tanto para el joven al momento de elegir su carrera, como para el empleador para reconocer qué competencias ha adquirido cada postulante. Además, la oferta vespertina y el acceso a financiamiento es idéntica a la diurna, rigidez que dificulta la titulación para los que trabajan junto con estudiar.
Con un marco de cualificaciones que indique qué competencias se requieren para cada perfil de trabajador se podría alcanzar un sistema articulado y más flexible, en que incluso la capacitación laboral fuese un eslabón en la acumulación de competencias demostrables para el trabajador y no un desperdicio de casi 600 millones de dólares anuales de la franquicia tributaria. Se podrían, además, abandonar requisitos administrativos, como el número de horas en aula, para otorgar títulos.
Hay mucho que recorrer, pero los mapas están listos hace un buen rato.