George Orwell escribió en 1941 que su país estaba ‘controlado por miembros equivocados. Casi por completo gobiernan los ricos y personas que acceden a posiciones de mando por derecho de nacimiento. Muy pocos de ellos engañan de modo consciente, y algunos ni siquiera son tontos, pero como clase son incapaces de conducirnos’ en tiempos difíciles. Esta pareciera ser una crítica atemporal que recae en las tradicionales clases políticas, especialmente en momentos oscuros.
Estos días, entre nosotros, son manifestación de aquello. Por ejemplo, la falta de desconexión con el mundo que gobiernan está representada en la brutal honestidad del ministro Mañalich la semana pasada, cuando reconoció que no había dimensionado la realidad de la pobreza y el hacinamiento en nuestro país. Pero también se expresa en la forma y modo en que el Gobierno decidió realizar la entrega de cajas con alimentos. Como si fuera un acto de caridad y no una obligación estatal que deben implementar, miembros del gabinete y la primera dama, en distintas zonas, han golpeado puertas y transformado todo en un verdadero acto de propaganda, con aglomeración de periodistas, sin respetar la dignidad de las personas que los reciben y, por cierto, incumpliendo las normas sanitarias que tanto exigen al resto de los ciudadanos.
No creo que actúan deliberadamente de un modo engañoso. Pero los actos ejecutados y las declaraciones realizadas dan cuentan del desconocimiento de lo que implica coexistir cotidianamente con la fragilidad de la pobreza. No hay responsabilidad personal en eso, porque quizás jamás lo han vivido. Pero sí parece conveniente tener algo claro, y es que por más que hubiesen actuado desinteresadamente en sus labores previas —en organizaciones escolares, universitarias o solidarias—, la caridad no es lo mismo que el cumplimiento de la función pública. Esta última requiere respeto a la dignidad de quienes, por mandato constitucional, tienen el derecho a exigir el cumplimiento de un deber. No es dios, como le gusta afirmar al Presidente, quien nos permitirá salir de esta crisis. Somos todos, cada uno cumpliendo las obligaciones que nos corresponden, pero exigiendo más que la simple liberalidad.
Cuidado con creer que este es un problema estrictamente de la derecha; es una desconexión que parte de la dirigencia e intelectualidad de la izquierda también sufre hace tiempo. Porque parafraseando a Orwell, en su ensayo denominado ‘El león y el unicornio’, aunque estos escriban con actitud quejumbrosa, son parte de la misma clase y transitan por los mismos lugares, olvidando —sin mala fe, por cierto— que la crisis que se ha incubado estos años es contra los privilegios que representa la élite. Da lo mismo el lugar donde militen y las caras nuevas que promuevan.