Uno de los clichés para definir al gobierno es hablar de sus dos almas. Por un lado, la de izquierda, heredera de los movimientos estudiantiles y alineada con el Partido Comunista. Por otro lado, la que viene del tronco concertacionista que gobernó durante dos décadas al país. La primera presenta una contradicción con el neoliberalismo, mientras que la segunda lo abraza en los términos que lo hizo la Tercera Vía en los años 90. De esas dos almas, la cuenta pública parece haber encontrado un punto en común en los valores clásicos de la social democracia.
En un discurso extenso – a veces demasiado – el Presidente Boric delineó un programa y un discurso político que deja en claro que no le gustan esas dos almas ni esa gran dicotomía. Partió reconociendo la importancia de defender las libertades, a la par con incrementar el crecimiento y la redistribución. Sus propuestas en temas científicos, por ejemplo, dejan claro el objetivo de que el Estado juegue un rol primordial en la promoción de investigación y desarrollo. Algo similar vimos en las promesas relativas a salud, vivienda o educación. A través de un largo listado de proyectos, Boric delineó una agenda que, en vez de hacer un giro profundo a la izquierda, pareciera haber aprendido de los éxitos y fracasos de la Nueva Mayoría. Son propuestas ambiciosas, pero lideradas por un Estado firme y, ojalá, eficiente.
Por otro lado, pareciera que finalmente hay una postura clara sobre aquellos temas que generan escozor en sectores de la izquierda: seguridad, inmigración y rol de la FF.AA. En lo primero, el Presidente no tuvo problemas en llamar terrorismo a la violencia en la macrozona sur, al mismo tiempo de delinear una serie de recursos destinados a las policías. En inmigración, por otro lado, fue claro en romper con el mito de que su coalición apoya la inmigración descontrolada y puso datos objetivos al caos recibido desde el gobierno anterior. Por mucho tiempo nuestro país ha tratado a los inmigrantes como habitantes de segunda o tercera categoría, simplemente por no poner recursos suficientes para procesar sus postulaciones a visas.
Pero quizás donde quedó más claro el fin de las dos almas es en el llamado constante a la amistad cívica y la empatía política. Haciendo referencia a los ataques a Elisa Loncon, Marisela Santibáñez, Marco Antonio Ávila y Fabiola Campillay, el Presidente no tuvo problemas en plantear insistentemente la necesidad de diálogo y renuncia. Una combinación del aprendizaje de la derrota constitucional con la constatación evidente de la debilidad del gobierno en el Congreso pareciera haber sido buenas consejeras. El discurso no mostró esa cara del Frente Amplio que hablaba de tener estándares morales más altos que sus antecesores, o que enfatizaba las fallas al oponente por sobre sus méritos. Eso puede ser una señal de madurez o simple estrategia, pero al menos pone acento en un punto clave de la convivencia democrática.
El éxito de la social democracia tuvo lugar en la medida en que fue capaz de demostrar su eficacia en la provisión de servicios públicos, mientras mantuvo estándares democráticos. Su retorno – o debut – en nuestro país va a depender de la sinceridad del gobierno pero, por sobre todo, de la buena voluntad de la oposición.