Desde hace dos décadas los tribunales chilenos han desarrollado una amplia cultura de derechos, lo que se ha traducido en que los jueces deciden sus asuntos teniendo en consideración los efectos que provocan en la vida de las personas.
Esto explica que mientras la Corte Suprema durante largo tiempo resolvió sus casos en base al derecho de propiedad, como protección a la invasión de un espacio individual, en la actualidad el derecho más utilizado para resolver sus asuntos es la igualdad; es decir, la posibilidad que tienen todos los derechos de disputar una oportunidad efectiva. Esto que pareciera ser una cuestión de la elite o de los expertos del Derecho tiene, sin embargo, manifestaciones concretas.
En las sobremesas del domingo, en el tiempo de las personas con sus familias, en el café que comparten en el trabajo o en los espacios con amigos, el debate sobre la justicia se representa en cuestiones tan diversas como la posibilidad de alzar la voz cuando existe un asunto que afecta nuestros barrios; en el reclamo por las ventajas que obtienen los parlamentarios para ejercer sus cargos frente al resto de los ciudadanos; en los beneficios que se reciben por disponer de un conocido o a un pariente; en la precariedad de la infancia o la soledad de la vejez; en la discriminación por razones de género; en la iniquidad de quien se pudo saltar la fila para lograr un objetivo o el que utilizó su riqueza para corromper directa o indirectamente a otros.
La justicia que reclaman las personas tiene bastante que ver con la idea que su opinión también es importante; en la obligación, especialmente de quienes están en posiciones de poder -empresa o Estado- de tener tratos equitativos; que la policía no me puede tratar como si fuera un delincuente por el lugar donde vivo; que el género no puede condicionar mi autonomía ni mis ingresos; que es importante lo que yo exprese con respeto, aunque a usted no le guste.
Esa conversación sobre la justicia es un relato que proviene desde las experiencias de las personas, no de las abstracciones constitucionales que en ocasiones algunos especulamos, y que se expanden con facilidad e inmediatez por redes sociales.
Se traduce en demandas de reconocimiento, en la necesidad de respuestas oportunas, en un trato digno, al final del día, como afirma Michael Ignatieff, esa justicia hoy la demandamos como nunca para la eficacia de las virtudes cotidianas (tolerancia, perdón, confianza y resiliencia), en un mundo donde todos tenemos derecho a hablar y ser escuchados.