La elasticidad es un concepto central en el análisis económico que indica cuán sensible es una variable a cambios en otra. La discusión pública en economía está llena de ejemplos de su aplicación: ¿cuánto afectará el empleo un alza en las cotizaciones previsionales? ¿Cuánto responderá la inversión a cambios en la tasa de impuestos a las empresas?
Lamentablemente, en ocasiones es difícil medir con precisión estas elasticidades, a pesar de lo importantes que son para la política pública y la toma de decisiones económicas. Entre otros factores, ello se debe a que los individuos, consumidores y productores cambian su comportamiento de manera estratégica ante la expectativa de que algo suceda.
Por ejemplo, si un productor espera vender más de un bien prontamente, puede elevar el precio para ganar un poco más. ¿Qué dirán los datos? Que los individuos compran más cuando el bien se encarece. Ello contradice el concepto de demanda -se compra más cuando los productos son más baratos-, pero la contradicción se debe a que los precios no suben y bajan siempre de manera exógena debido a eventos aleatorios, sino que también responden a la situación de mercado. Por ello en economía se dice que los precios son endógenos. Por lo mismo, se requiere de métodos sofisticados para estimar las elasticidades, métodos que no son siempre posibles de aplicar.
Dada esta dificultad, no es de extrañar que en el debate público las diferencias de opinión sobre lo que puede suceder en respuesta a una intervención sean grandes. Un ejemplo es la discusión sobre los efectos de una eventual reducción de la jornada laboral. De acuerdo a estimaciones del Ministerio de Hacienda, el empleo caerá en algo más de un 4%. Al contrario, López y Petersen (2019) estiman que el empleo no solo no caerá, sino que podría elevarse hasta en un 8%.
Estas estimaciones no son comparables entre sí, pues descansan sobre supuestos diversos sobre cómo reaccionará el mercado del trabajo a la política. Así, no es de extrañar que sean tan distintas.
Lo interesante es que habiendo incertidumbre respecto de cómo responden los mercados ante diversas intervenciones, las preferencias políticas suelen alinearse claramente en torno a ciertos valores de las elasticidades. Por un lado, la derecha parece creer que el mundo es muy elástico: basta con que cambie mínimamente un precio debido a un impuesto o un subsidio para que se augure efectos relevantes (por lo general, nocivos) sobre la economía. Por el otro, la izquierda parece creer que el mundo es altamente inelástico, que no importan los incentivos, pues los individuos no responderían a ellos.
La academia ha hecho esfuerzos importantes por comprender cuán elásticas son las variables centrales del análisis económico, buscando formas de medir que permitan razonable certeza. Cuando la evidencia se acumula, es posible concluir respecto de ciertas elasticidades y lograr consensos en torno a ellas.
Por ejemplo, hoy sabemos que las personas no dejan de trabajar y de esforzarse en el empleo cuando suben sus ingresos (ver Banerjee y Duflo, 2019, y Saez et al., 2012, entre otros). En el caso de las personas en situación de pobreza, no se observan cambios relevantes en las horas trabajadas cuando se les entrega beneficios monetarios, sean estos con o sin condiciones.
Asimismo, cuando se modifican las tasas marginales más altas de impuestos a los ingresos de las personas, los individuos de altas rentas no cambian la riqueza que generan, pero sí la forma en que reportan sus ingresos a la autoridad, intentando reducir su carga tributaria. Esto es, sus ingresos declarados son elásticos, aun cuando su esfuerzo no lo sea. Asimismo, la evidencia sugiere que solo las personas de alto patrimonio responden al retorno financiero y los subsidios al ahorro. En cambio, el ahorro de las demás personas -la gran mayoría- es inelástico a su retorno y los subsidios, pero bastante elástico a incentivos que no son financieros, como la suscripción por defecto a planes de ahorro (Chetty et al., 2013).
Por su parte, la inversión responde de manera muy volátil a los impuestos (Bachman et al., 2013 y Gutiérrez y Philippon, 2017). A veces la elasticidad es alta, a veces es baja. Ello se debe a que el proceso de elevar el capital físico de las empresas es complejo: depende de otras rebajas tributarias a la inversión, como las deducciones por la depreciación del capital y los intereses, además de cuán competitivos son los mercados. También, porque la inversión no se realiza de manera suave y continua, sino que de forma abultada e infrecuente.
La realidad económica es compleja: a veces responde fuertemente a los incentivos, a veces no. Pero ello no sucede en función de nuestras preferencias políticas y formas de ver el mundo. A pesar de lo difícil que es medir las elasticidades, la academia ha realizado avances relevantes que no podemos ignorar en el debate de política pública. Y cuando no hay certezas, más vale actuar con cautela: buscar espacios de acuerdo y diseñar mecanismos de contención que minimicen posibles efectos negativos de los cambios sobre las personas y la economía.