Entrando al túnel
16 de October de 2022
Si el Imacec de septiembre no muestra una caída anual, con seguridad el de octubre lo hará. En cualquier caso, se avecina un período de varios meses de cifras negativas. La recesión, como veremos, es ineludible. Sin embargo, su profundidad y duración y el vigor de la recuperación posterior aún están por verse. Todo ello dependerá de la economía global y, especialmente, del ajuste que el Gobierno le haga a su agenda.
Herencia maldita
La fiesta del consumo con la que terminó el gobierno anterior, propiciada por los irracionales retiros del sistema de pensiones y por los tardíos y abultados bonos IFE, puso a la economía en una senda insostenible. El gigantesco déficit externo, reflejo de la disminución a cero del ahorro de las familias, da cuenta del tamaño del desequilibrio.
Lograr un “aterrizaje suave” de la economía, en ese contexto, era sumamente difícil. Así como un maratonista, que se engolosina corriendo más rápido de lo que está preparado, se verá obligado a caminar algunas cuadras para recuperarse, una economía sobrecalentada no podrá volver a una senda sostenible sin una desaceleración significativa.
Pero cuando se desató la inflación internacional, se tornó imposible evitar una recesión. Una (leve) caída del PIB en 2023 será la inevitable consecuencia de la interacción del derroche de 2021 y de la arrancada de la inflación.
Un mundo complejo
Como ejemplo de que los problemas rara vez llegan de a uno, ahora se augura una caída del crecimiento global. El FMI proyecta que el crecimiento mundial de 2023 será de 2,7%, casi un punto menos que lo esperado hace seis meses y 0,5 pp menos que en 2022.
En la mayoría de los países, la inflación ha obligado a endurecer la política monetaria. La lenta reacción inicial de bancos centrales claves, como la Fed y el BCE, ha complicado aún más las cosas. La contracción monetaria necesaria es cada día mayor y los mercados así lo entienden: las tasas de interés de largo plazo de Estados Unidos están en su mayor nivel en 12 años.
Además, China avanza en su ajuste estructural (buscando un mayor control sobre su mercado y un mayor protagonismo de su demanda interna), que pone dificultades a su crecimiento en el corto plazo. Y la invasión de Rusia a Ucrania sigue sin un final claro, en el que no puede excluirse la aún improbable, pero devastadora posibilidad de que Putin use armas nucleares tácticas.
Las bolsas vienen telegrafiando hace rato las dificultades: En promedio, han caído 25% en lo que va del año.
¿Qué hacer?
Primero, mantener las acertadas decisiones fiscales que ha tomado el Gobierno, tanto en el ajuste de 2022 como en el presupuesto para 2023. Las autoridades están haciendo una gran tarea en este ámbito. Al igual que el Banco Central que, detalles más o menos, ha ajustado oportunamente la política monetaria. Todo apunta a que la política macroeconómica podrá relajarse el próximo año, una vez controlado el sobrecalentamiento.
El problema no está ahí. En las últimas tres recesiones que hemos tenido en Chile, la inversión ha caído entre 9 y 13%. Si el Gobierno no quiere que 2023 tenga el récord, debe tomar decisiones ingratas, incluyendo acotar la reforma tributaria y pactar la de pensiones.
Las señales son cruciales para la inversión. Y, para que sirvan, deben informar sobre el “verdadero carácter” de la autoridad que las emite. De poco sirven las señales que daría cualquiera.
Un buen ejemplo es el programa “Invirtamos en Chile”, que tiene elementos valiosos, pero no es suficiente. Nada de lo que se anuncia ahí nos permite asegurar que el Gobierno priorizará el crecimiento sobre otros loables objetivos. El foco del programa son las pymes, infraestructura, varios “fortalecimientos” de distinto tipo; en definitiva, nada que represente un dilema. (En términos técnicos: una señal coherente con un equilibrio agrupador).
En cambio, las insólitas contorsiones en torno al TPP y los inmensos obstáculos que se han puesto a grandes proyectos son señales nítidas. Quienes las emiten no parecen considerar el crecimiento como una prioridad relevante.
Resulta que, ahora, el problema del TPP es “solo” su sistema de resolución de controversias. Entonces, ¿por qué no enfrentaron la andanada de falsedades sobre semillas, remedios, restricciones para hacer políticas públicas y tantas otras mentiras que colmaron las RRSS? ¿Por qué no iniciaron el 11 de marzo los esfuerzos por lograr las side letters? La señal que da la autoridad deja entrever en sus dilaciones una desconfianza a la apertura de la economía y la globalización; incluso, podría leerse como un flirteo con la idea de expropiar sin pagar un precio justo. (Técnicamente, una señal separadora).
Del lado de los permisos, diversas autoridades se han empeñado en ponerle dificultades a cualquier proyecto de inversión de envergadura. La lista es larga e incluye ampliaciones mineras y, recientemente, el parque eólico de Magallanes para producir hidrógeno verde. Las señales, aquí, también son obvias.
El riesgo no es que tengamos una recesión; el insostenible boom y el mundo no nos dejan escapatoria. El riesgo es que sea larga y profunda, como pasó en Brasil en 2015 y 2016, con una fuerte caída del PIB liderada por el desplome de la inversión. Todavía estamos a tiempo para aprender de esa experiencia.