El diálogo pareciera estar pasando por un mal momento. Desde octubre de 2019 a la fecha, se ha tendido a igualar el diálogo con la claudicación. Se presentan los 30 años del Chile postdictadura como un período en que se rindieron las convicciones por el pragmatismo y el interés cupular. Con ello, el diálogo se volvió una mala palabra, un insulto para referirse a quienes, en nombre del pragmatismo y la técnica, habían traicionado los ideales que nos devolvieron la democracia. Y lo cierto es que hay algo de verdad en ese relato: el modelo económico y social pudo más que los ideales y mucho de ese “diálogo” fue un arreglo entre pocos, a espaldas de muchos.
Sin embargo, hoy estamos viviendo un nuevo renacer del diálogo, uno que se presenta de forma distinta y con nuevos actores. Ya no es la oscuridad de la cocina de un senador, sino que a la luz en discusiones públicas. Eso está en la base del proceso constituyente, un diálogo constante entre convencionales, la ciudadanía, y sus intersecciones.
Según los resultados de la última encuesta realizada por Espacio Público e Ipsos para estudiar cómo vemos el proceso constituyente, el 80% de quienes respondieron plantearon que los y las convencionales deben “negociar acuerdos, aunque implique renunciar o ceder en algunos temas”. Sin duda, un resultado tan contundente va a sorprender a quienes han tratado de traidores a sectores del Colectivo Socialista y el Frente Amplio por maniobrar acuerdos amplios con otras listas, incluyendo la derecha. Pero la verdad es que esa es la sintonía que la ciudadanía está pidiendo para el proceso constituyente: un diálogo que busque acuerdos por sobre arrasar con los contrincantes.
Hay dos cosas que llaman la atención y nos pueden hacer reflexionar sobre la singularidad del proceso constituyente. Lo primero es que, a diferencia de lo que podría imaginarse respecto al Congreso, pareciera que el mandato de la Convención sigue siendo uno de acuerdo y diálogo, no uno de ganadores y perdedores. Por eso, las derrotas de sectores más intransigentes debiesen considerarse como una buena noticia, al menos para la legitimidad del proceso.
Lo segundo es que ese afán de diálogo y consenso no es nuevo. Desde octubre de 2019, los distintos estudios han mostrado consistentemente que la ciudadanía pide menos conflicto y más diálogo entre las élites. Ya hemos observado cómo estas se encuentran excesivamente polarizadas y los enormes costos que eso tiene en legitimidad e institucionalidad. Pero tampoco se trata de cualquier tipo de diálogo, sino que -como muestra el estudio de Espacio Público– es uno que se da de cara a la ciudadanía. Como decía uno de los participantes en sus focus groups: “queremos que sepan que los estamos mirando”.
En ese Contexto, el diálogo ha ido tomando fuerza como la dinámica más apetecida. Pero también requiere considerar que el centro de poder e ideológico se ha movido. El diálogo es deseable para la ciudadanía, pero ya no con las condiciones impuestas por quienes buscan mantener el statu quo. Esa es la mejor noticia.