La semana pasada, la candidata presidencial y presidenta de la Democracia Cristiana, Carolina Goic, anunció que aplicaría un nuevo estándar ético a la selección de las candidaturas de esa colectividad al Congreso.
Hubo reacciones que valoraron el anuncio y otras que manifestaron ciertas críticas, pues se trataría de un exceso de “buenismo”, de la instalación de una “dictadura de la probidad” o de una moralización excesiva de la política.
No comparto para nada esas críticas. Valoro el anuncio y me parece clave que en política la ética de los actores se transforme en una variable a tener en cuenta. Si se considera la popularidad de una persona, o la cantidad de gente que mueve en determinado territorio para seleccionarlo como candidato a un cargo de representación ¿por qué no podríamos incluir también al análisis un comportamiento apegado a ciertos principios éticos?
La política no se trata sólo de votos más o votos menos, pues ganar una elección para ejercer deficientemente el poder por cuatro años puede ser incluso más perjudicial que perderla. ¿Cómo no vamos a querer los chilenos que personas orientadas al bien común sean quienes nos gobiernen? El anuncio incluso me parece de toda lógica, por lo que su real dificultad se encontrará en la forma de ponerlo en práctica, pues no debe transformarse en el ojo de la aguja por la que pasa el camello.
La política requiere que hablemos de ética, de lo correcto, del deber ser, y no sólo de poder. No se trata de “buenismo”, menos de dictadura. Debemos abandonar la creencia que la política es en sí misma un juego que se juega sucio.