El hidrógeno es el elemento más liviano del universo, por este motivo rara vez es encontrado en estado puro. Este gas permite su uso como vector energético, para generar electricidad, calor o movilizar motores de combustión. Por estas características, en tiempos de la crisis climática, se ha vuelto relevante su potencial para reemplazarlos combustibles fósiles en el transporte marítimo, terrestre y aéreo.
Pese a las dificultades naturales para hallarlo aislado, su producción es posible a través de la electrólisis, esto es, la ruptura controlada de la molécula de agua a través de la aplicación de electricidad. Sin entrar en detalles, dicho proceso puede desencadenarse a través de energías limpias, provenientes del sol y viento, pero también desde aquellas de origen fósil.
De aquí proviene el ‘color de la iguana’, pues cada alternativa tiene una huella de carbono distinta y para distinguirlas la industria les ha asignad una tonalidad. De este modo, y sólo para dar algunos ejemplos, las energías limpias se han vestido de verde; el gas natural, de azul o gris; el carbón, de negro; y la energía nuclear, de rosa. Se trata de un esfuerzo didáctico para socializar el proceso productivo y es por tanto una jerga técnica. De hecho, el hidrógeno es un gas incoloro. No obstante, en un mundo que bulle sin prisa ni pausa, felizmente es cada vez más de sentido común la necesidad de transitar hacia el tono de la sustentabilidad.
Sin embargo, no podemos confundir denominaciones. Huella de carbono no es huella ambiental. Esta última incluye a la primera, a la vez que incorpora otras dimensiones como agotamiento de recursos, transformación del terreno y efectos a la salud humana. Después de todo, además de una crisis climática, el mundo también enfrenta una crisis de contaminación y pérdida de biodiversidad.
Así, para beber del color de la iguana, debemos ampliar nuestra perspectiva. Por una parte, el aporte a la transición carbono neutral de las matrices energéticas globales; pero por otra, los impactos de la territorialización de la industria a través de sus plantas desaladoras y energéticas, centros de electrólisis y almacenamiento, como también sus canales de distribución, que incluyen conexiones viales terrestres y marítimas.
Para ser verdaderamente verde, pero también para reducir las incertidumbres, la industria del hidrógeno puede y debe conducirse a través de procesos de diálogo ciudadano temprano, a la vez que en coordinación con los gobiernos locales. De igual modo, en las políticas públicas recae la responsabilidad no solo de evaluar los proyectos, sino también de planificar los territorios con perspectiva integral y a tiempo prudente. Tras conocer el Plan de Acción, estos desafíos son más relevantes que nunca.