Los procesos constituyentes han cambiado. Hasta mediados del siglo XX, lo normal era que los países se dieran sus primeras constituciones o cambiaran las existentes cuando había que (re) construir por completo la organización del Estado, por ejemplo, en un proceso de independencia o después de una guerra. Muchas veces fueron los vencedores de un conflicto bélico los que escribieron las constituciones. La participación ciudadana no era un tema.
La política estaba en manos de unos pocos hombres autorizados por el voto de la ciudadanía a gobernar como sus representantes. La única rendición de cuentas era la siguiente elección, en que los votantes podían confirmarles su apoyo o retirarles su confianza eligiendo a algún adversario político. Esta idea de representación hoy se considera deficitaria. Y eso ha influido fuertemente en cómo se entienden hoy los procesos constituyentes. Las constituciones ya no solo organizan el poder, también contienen los principios que la ciudadanía quiere imprimir a su convivencia. Las sociedades complejas requieren que quienes escriben las constituciones, tengan un conocimiento profundo de las personas y realidades que serán impactadas por las normas que dicten.
Y eso exige que las personas sean escuchadas y que la posibilidad de ser representante esté efectivamente abierta a personas de los grupos históricamente marginados. Corno seres humanos tenemos muchísimas cosas en común y corno individuos complejos que somos podemos compartir intereses y tejer alianzas mucho más allá de un solo grupo de pertenencia. Aun así, es evidente que la exclusión histórica de mujeres, indígenas y personas con menos recursos de los órganos de representación es un síntoma de los graves problemas de legitimidad de nuestras democracias.
El proceso constituyente chileno ha mostrado un extraordinario primer logro cuando elegimos una convención paritaria y pluralista. Deliberar entre personas diversas cuyos mundos escasamente se han cruzado no será fácil. No hay que tener miedo a las emociones. Si no las llevamos al diálogo constituyente, adónde entonces? Solo si las identificamos y reconocemos podemos pensar qué hacer con ellas. Por eso los símbolos (como la presencia de las banderas de todos los pueblos de Chile) son importantes. Cuidémoslos con delicadeza para que conserven su sentido. Nuestros constituyentes son personas de convicciones fuertes. Eso es excelente, pero insuficiente. En el contexto de esta Convención pluralista, el liderazgo lo tendrán aquellas (os) constituyentes que sepan escuchar a quienes piensan distinto y proponer algo nuevo a partir de lo que recogen. Que transformen los intereses en opciones, que sientan el peso de la responsabilidad que les hemos confiado de llegar a acuerdos más allá de las diferencias. Lo bueno es que esa capacidad es humana y no depende del color político.