¿Qué tienen en común Quintero, Til Til o Padre de las Casas, además de la contaminación que las afecta severamente? Las tres son comunas populares sin verdes paisajes, tiernos pingüinos o hermosos mares azules. Como la belleza importa mucho en la política ambiental, la contaminación de estos territorios no conmueve como lo hizo Alto Maipo o Hidroaysén, así que no atraen recursos para campañas, ni rostros de teleseries para que graben sentidos videos en redes sociales.
La falta de belleza también explica la escasa convocatoria de las marchas por Quintero o Til Til, y sin esa presión de «la calle» la clase política no priorizará el tema, menos si implica cerrar industrias que pueden afectar el empleo o dejar sin energía a Santiago.
Esta suma de factores explica la indolencia de años con Quintero y Puchuncaví y pone en entredicho el paradigma del «desarrollo sustentable» que elegimos como país, al dejar fuera uno de sus pilares más relevantes, que es la equidad social.
Porque eso está en juego cuando ponemos todas las actividades contaminantes en los lugares más modestos. Una profunda desigualdad territorial, invisibilizada por una «agenda verde» que pareciera asignar más valor a los ecosistemas naturales que a la salud de las personas.
De otra forma no se entiende que el publicitado «legado ambiental» del gobierno anterior se haya basado en la preservación de parques rurales y santuarios marinos sin bolsas plásticas, mientras millones de chilenos sufrían con la leña del sur, la nube de las industrias o los microbasurales en los barrios de vivienda social.
Este enfoque debe cambiar, para poner la calidad de vida de las personas como primera prioridad, como lo hicieron el diputado Ibáñez del Frente Amplio o el Presidente Piftera que fueron de los pocos políticos que visitaron la zona.
Ahora el Estado debe cumplir su rol. Primero para identificar a los responsables de las emisiones que enfermaron a 400 adultos y niños. Luego para cursarle multas ejemplificadoras y para formular el plan de descontaminación que no solo monitoree la producción limpia, sino que invierta para que estas localidades recuperen sus pasivos ambientales y puedan activar su desarrollo turístico y económico. Además, debe evaluarse seriamente el traslado de las industrias más contaminantes. Con estas acciones se hará justicia con las zonas de sacrificio, cuyo pecado ha sido carecer de paisajes y faunas bellas y de vecinos con redes para que sus gritos se escuchen desde Santiago.