En las últimas décadas el rol de las Fuerzas Armadas en Venezuela ha mutado de la tradicional protección de la soberanía nacional hacia la protección de la revolución bolivariana. Hugo Chávez siempre reconoció el rol que tenían los militares en el desarrollo de un modelo que transformaría la arquitectura del poder tradicional. No sólo se cambiaron sus funciones y misiones sino que se los involucró activamente en roles claves en sectores estratégicos como la gestión de la reconstrucción del país, la distribución de alimentos y la industria petrolera.
Pero para entender porqué se llegó a esta situación vale la pena un breve repaso histórico.
Venezuela fue un país rico, gobernado por una élite pequeña y poderosa que hasta fines de los 90s se benefició a manos llenas del petróleo, con bajos niveles de regulación y alta evidencia de corrupción. De la mano de la crisis llegó el ex Teniente Coronel Hugo Chávez, que con una retórica encendida y un programa que buscaba mayor equidad social y redistribución, estuvo al mando del país entre 1998 y el 2013 año que falleció. Chávez supo conquistar al pueblo venezolano que lo apoyó en múltiples procesos eleccionarios y se benefició de más y mejores programas sociales. Sin embargo, desde inicios de los 2000 la corrupción y la ineficiencia en el manejo gubernamental se volvieron temas notorios. El Chavismo fortaleció a las Fuerzas Armadas y conformó colectivos ciudadanos (paramilitares) con el objetivo de cuidar su revolución. Post Chávez, llegó Nicolás Maduro con una elección ajustada, y en proceso de una profunda crisis económica. Para el año 2018 la migración se torna en éxodo, la crisis económica en miseria y la corrupción en status quo. Las elecciones de ese año han sido consideradas dudosas por múltiples analistas e incluso gobiernos que reconocieron posible manipulación.
El régimen de Maduro pasa a consolidar el rol militar, de hecho lo convierte en su espina dorsal. A medida que más poder ganan los mandos militares en Venezuela, mayor evidencia se acumula sobre tu vinculación directa con mecanismos organizados de tráfico de drogas y lavado de activos. La información es opaca y muchas veces tendenciosa, pero las muestras de esta sinuosa relación son innegables.
La militarización del régimen pierde todo pudor. En el año 2017 se marcó la mayor presencia militar cuando de un total de 33 ministerios, 12 estaban en manos de funcionarios militares (37,5%). Además de los miles de funcionarios de rango medio que ejercen labores desde su rol activo o en retiro de alguna de las ramas, pero el ejército tiene un rol primordial.
Por más de dos décadas los militares han sido formados, entrenados y dirigidos a reconocer su importante rol político en el país. Más allá de la necesaria muralla china que se requiere entre la política y los militares, en Venezuela se ha establecido una relación carnal. Sin el apoyo militar no se sustenta Maduro y su régimen. Pero tal vez sin Maduro, los militares no perderían muchos de los espacios de poder ganados. La paradoja es evidente. Las acciones, fallidas o no, de Juan Guaidó de las últimas semanas, han servido para evidenciar la importancia militar y su rol estratégico. Porque más allá de lo que digan algunos medios de comunicación, las Fuerzas Armadas han sabido mantener niveles de control del territorio y de situaciones altamente complejas. Es verdad que para eso tienen a los colectivos, pero bien podrían convertirse en una fuerza que utilice su capacidad de fuerza contra la población. En Cúcuta la ayuda humanitaria no pasó la frontera y el día que se liberó a Leopoldo López no se sumó prácticamente ningún mando relevante. Pero tampoco se desató una masiva batalla campal.
Algo es cierto. La transición tendrá ritmo militar. Las imágenes post liberación de Leopoldo López son claras, Maduro rodeado de militares, caminando por las calles y solicitando no el apoyo popular, sino el uniformado. Por otro lado, la injerencia del gobierno norteamericano es evidente, no tanto por filtraciones sino por la necesidad casi patológica de algunos en afirmar que la desobediencia militar está en camino, que los generales están conversados, que el diálogo para la transición pactada ha sido fuerte. Mucho ruido, poco resultado.
Todo indica que en Venezuela algunos generales si tienen quien les escriba. De hecho, saben que se han convertido en el vértice de un proceso democrático posterior donde la negociación incluirá un lento retroceso de su involucramiento político, aún más lento alejamiento de las principales actividades productivas y casi nulo desarrollo de procesos judiciales. El escenario es de una enorme complejidad. En la desesperación por cambiar el a Maduro pueden generarse negociaciones que instalen una democracia militar, no muy distinta a lo que vemos hoy. No sería la primera vez que el gatopardismo se instale en la política latinoamericana, uno donde “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. La salida de Maduro sin duda que es un elemento clave para la transición en Venezuela pero lo más relevante es consolidar el alejamiento real de los militares del control político en el país.