Un día antes del plebiscito y con la lucidez que la caracteriza, Sol Serrano señaló en el diario El País que, así como un plebiscito nos había devuelto la democracia, el del 25 de octubre podría devolvernos la política. Leí esa entrevista el sábado por la noche en medio de la ansiedad y emoción que muchos deben haber sentido en aquellas horas, y recordé su frase todo el domingo. No es fácil responder cómo devolverle a la política el valor que tiene en la construcción de la sociedad que queremos, y mucho menos cómo devolverle la política a la gente. Sabiendo que el análisis de los números y la complejidad social de este proceso requieren más semanas para profundizar sobre lo que pasó en el plebiscito, creo que hay algunos aspectos a destacar si es que queremos que la política vuelva a nuestro país. Por supuesto, no podemos pedirle únicamente al plebiscito que haga este milagro, pero sí podemos aprovechar la oportunidad que nos da desde el pasado domingo.
En primer lugar, a la ciudadanía le importa la política. Los casi siete millones y medio de personas que votaron este domingo son la evidencia más clara que cuando las elecciones muestran una oportunidad de cambio y ofrecen un sueño colectivo, las personas se movilizan. Este plebiscito ofrecía, a diferencia de muchas otras elecciones, la ilusión de que la realidad y las urgencias de muchos pueden ser atendidas. La irrelevancia de la política ha sido generada por la poca relevancia de las discusiones que se llevan a cabo en la arena política, por la lejanía con que se afrontan los temas, por las formas en que algunos políticos muestran sus discrepancias, entre tantas otras cosas. El país mostró que queremos mejor política y queremos que lo que se juegue en esa cancha valga la pena.
En segundo lugar, si es que deseamos que la política vuelva a Chile necesitamos que ésta represente a Chile. Uno de los tantos desafíos que nos enrostra lo extremadamente focalizado que fue el triunfo del rechazo en las tres comunas más ricas del país, es que al acceso al poder en Chile es profundamente desigual, y en la medida que quienes lideren las discusiones sigan siendo personas con trayectorias vitales tan similares entre ellos, y tan distintas a las del resto, habrá una distancia inabarcable entre lo que sucede en nuestro país y lo que sucede en aquellos territorios donde pareciera que no hay nada que cambiar. Es de esperar que la conformación de la Convención Constituyente no replique aquella distancia que tanto ha dañado a nuestro sistema político.
La tarea es enorme, y si ayer fue para celebrar, hoy es para comenzar a pensar cómo no desaprovechar la oportunidad que la misma extraviada política nos acaba de regalar.