La naturaleza de la Convención Constitucional hace difícil proyectar cómo los resultados de este fin de semana se reflejarán en el ordenamiento político futuro, pero es innegable que ninguna de las proyecciones de las últimas semanas fue capaz de anticipar los eventos de este fin de semana. El resultado de la Convención, sumado a los diversos cambios de mano de municipalidades, han instaurado a una nueva clase política. Una que representa un recambio generacional, más progresista y desconfiada de los partidos políticos tradicionales. Sin duda, un desafío para las formas tradicionales de la política chilena, acostumbradas a la discusión entre pocos.
Lo primero es lo evidente hace meses. La paridad y los escaños reservados para los pueblos originarios generaron cambios profundos en la forma en que se conformaron las listas. Los partidos y las listas de independientes tuvieron que salir a buscar mujeres competitivas en todos los distritos del país y, vaya sorpresa, encontraron muchas más de las que habíamos visto en las elecciones anteriores. La paridad en la conformación de listas obligó a nuevas estrategias de reclutamiento y, por si faltaban pruebas de que las reglas institucionales estaban impidiendo el acceso de mujeres a la política, hay varios casos donde la corrección de paridad terminó ayudando a hombres.
El caso de los escaños reservados es aún más revelador. En un escenario con tanta fragmentación como la que se dio, no se justifica la poca atención que los medios le dieron a estos escaños. Hoy muchos se preguntan sobre sus preferencias e inquietudes, después de mantenerlos ausentes de debates televisivos y entrevistas a página completa en los diarios. Pero esos 17 escaños serán clave en la creación de alianzas en una convención donde nadie tiene derecho a veto de un tercio.
Esta fue una elección donde todos estábamos mirando la apelación que hizo la derecha al voto estratégico, pero que nos sorprendió con la expresión ciudadana de un voto sincero. Desde la ciencia política existe el concepto de elecciones de segundo orden a aquellas donde no se elige directamente el gobierno nacional. “Segundo orden” parece ser un insulto ante la trascendencia de la decisión tomada el fin de semana, pero la verdad es que los resultados confirman la evidencia comparada. Es en estas elecciones donde la ciudadanía se expresa con mayor sinceridad, con menos estrategia y con más ilusiones. También es en este tipo de elecciones cuando vota menos gente, donde los más politizados toman la decisión por el resto. Quedará pendiente la pregunta sobre la obligatoriedad del voto y cómo podría haber cambiado el resultado de esta elección.
Hacia adelante vienen desafíos complejos. La elección confirma que el quiebre entre gobernantes y ciudadanía que se evidenció en octubre de 2019 no mejoró durante la pandemia, sino que aumentó. El fracaso de la derecha en asegurar un tercio de la Convención, a pesar de una estrategia electoral que parecía razonable, no es solo el fracaso de Sebastián Piñera y su desastrosa estrategia política. Hay también el mismo rechazo que recibieron las fuerzas de la ex Nueva Mayoría; las fuerzas políticas clásicas asociadas a la centroderecha y la socialdemocracia están en crisis.
¿Y qué viene ahora? Probablemente sea bueno mirar hacia fuera para buscar respuestas. Se vienen tiempos de reconstrucción de confianza, el surgimiento de nuevas fuerzas en todo el espectro político y, sobre todo, una nueva clase política a cargo de esta transformación. Una fuerza más independiente, más joven, más feminista y diversa. La incertidumbre es inevitable, habrá que acostumbrarse.