La emocionante primera sesión de la Convención Constitucional dejó entrever lo complejo que es la administración del poder. Las normas que nos ordenan y que definen nuestros límites en sociedad parecen sostenidas en su propia autoridad, pero enfrentadas a su ausencia, las convencionales debieron recurrir al diálogo, la imaginación, la paciencia y la tradición. Y es que las normas no solo son las que están escritas en un reglamento, sino que las que nos son útiles para llevar adelante objetivos comunes, y en eso se juegan su legitimidad. El diseño de la sala de máquinas constitucional, aquella donde se definen las normas de ejercicio del poder, requerirá que la sala de máquinas de la convención opere con mínimos de confianza.
En 1954, el psicólogo Gordon Allport desarrolló la teoría del contacto ideal. Para Allport, la forma en que grupos diversos y en tensión son capaces de generar trabajo colaborativo, confianza y tolerancia, es a través del contacto. Pero no se trata de cualquier contacto, sino que requiere que se haga entre personas que se reconocen como iguales y que tengan un objetivo común. La evidencia más reciente plantea que esa formación de tolerancia y confianza es incluso posible sin estos dos últimos requisitos, pero sin duda que ayudan. Asimismo, las teorías de capital social desarrolladas por, entre otros, Robert Putnam, Nan Lin, Karen Cook y Ronald Burt nos enseñan que ese trabajo colectivo se organiza a través de grupos que son capaces de generar confianzas internas y, a la vez, puentes hacia fuera.
Todas estas teorías nos van a permitir estudiar el trabajo de la Convención, quiénes son los que ejercen capacidad de intermediación, dónde se generan las confianzas y dónde se pierden. Y si bien ese análisis puede ser atractivo para quienes comenten el día a día de su trabajo, no nos puede cegar de la importancia de los objetivos comunes. Nuestra Convención, ya en su primer día, demostró que no está atada a los ritos republicanos del Chile de la transición y, con ello, abre la esperanza para que el resultado de su trabajo esté libre de esas ataduras.
Así como nos preocupa el régimen de los recursos naturales o el respeto a los DD.HH., nos debiera preocupar de sobremanera cómo se administra el poder que protege y restringe. El trabajo de la Convención requerirá vivir y diseñar instituciones que se basen en la confianza y el trabajo colectivo, no en la centralización y la exclusión. Como dice Roberto Gargarella, no podemos terminar con derechos del siglo XXI, pero sentados en instituciones autoritarias del siglo XIX.
El primer paso ya está dado. El texto del juramento fue simple y sin las limitaciones que quería imponer el Ejecutivo. La votación fue innovadora y, aún más importante, le entregaron el poder de conducir el proceso a los pueblos preexistentes de nuestro país. Ahora queda esperar que la discusión substantiva también se impregne de ese mismo afán transformador y de diálogo, donde las nuevas instituciones reflejen ese Chile que queremos construir y no el que nos tocó.