No es fácil traducir el concepto inglés commons al castellano. Se refiere, en un abstracto singular, al patrimonio común y al dominio público de una colectividad, tanto de cuestiones físicas (recursos naturales, terrenos y construcciones) como inmateriales (la cultura, la producción intelectual y artística, el lenguaje). En el commons se consideraría, por ejemplo, el antiguo ejido colonial, propiedad de un poblado sobre la que todos tienen el mismo derecho de usufructo para labrar la tierra o criar ganado; figura legal instaurada en México desde su reforma agraria revolucionaria de 1915 y que establece la existencia de terrenos colectivos, indivisibles e inenajenables para comunidades rurales. Los más antiguos parques urbanos son, en realidad, ejidos invadidos por la ciudad y convertidos en paseos públicos (pensemos en el origen de la Quinta Normal), y hoy, al menos en el mundo civilizado, todo lo público de una ciudad –esto es, aquello provisto con fondos públicos– es culturalmente considerado como una propiedad colectiva.
‘Lo común’ se produce, reproduce y reivindica permanentemente. Nuevas formas de dominio público incluyen el patrimonio creativo que resulta de las nuevas prácticas tecnológicas y de una cultura digital en permanente expansión, así como de los movimientos ecológicos y anticapitalistas que hoy surgen como reacción a un momento de inflexión histórica, aquel de una generación que percibe, por primera vez, las consecuencias de una catástrofe ambiental autoinfligida e irreversible, el agotamiento definitivo de los recursos naturales, el aumento de la población y la crisis de las megaciudades, con sus crecientes conflictos sociales y económicos. Estos movimientos reactivos, encarnados en los más jóvenes, llaman a la inmediata toma de conciencia y a la acción colectiva para enfrentar los desafíos del futuro.
Mientras gobiernos e instituciones parecen tomar demasiado tiempo para ponerse de acuerdo y actuar a una escala global, muchas iniciativas comienzan a una escala local. En una ciudad, esa es la escala de un barrio; aquella donde todos pueden conocerse, organizarse, crear recursos comunes y sostenerlos en el tiempo. ‘Lo común’ no solo como recursos de libre disposición, sino como relaciones dinámicas entre las personas, sus espacios y sus culturas. Parte de un proyecto contemporáneo de sociedad, que tanta falta nos hace discutir hoy en Chile, es recuperar aquello que es colectivo. Qué duda cabe que la presente crisis moral de nuestro país es la crisis de lo colectivo; preguntémonos por qué. Necesitamos con urgencia construir nuevas formas de comunidad y de relación entre comunidades, sus recursos y sus espacios. Recién entonces podremos pensar en una recomposición social a largo plazo.