¿Puede el proceso constituyente resolver los problemas sociales que nos aquejan y que explican la mayor crisis desde el retorno a la democracia? La respuesta es no. Pero lo que sí permite una Constitución es definir los criterios para nuestra vida común, los derechos que nos reconocemos, las formas de distribuir el poder y las reglas que conforman la ‘arquitectura de las decisiones’. Su texto no resolverá directamente el problema de pensiones, los retrasos en las listas de espera en salud ni el endeudamiento inmoral en que hicimos caer una generación de estudiantes, pero sí garantizará que la democracia pueda adoptar medidas para resolver esos asuntos sin la amenaza de vetos preestablecidos.
El acuerdo del viernes tiene varios hitos históricos que es conveniente no desmerecer. El primero, que ya advertí en una columna anterior, es que será la primera vez en nuestra historia que acordemos democráticamente un texto constitucional sin un bando triunfador. El segundo, tal como ha señalado Gabriel Negretto, es que no existe otra experiencia en el mundo en que el plebiscito de entrada para un nuevo proceso constituyente plantee opciones a la ciudadanía acerca del mecanismo por el cual desea que se discuta y apruebe su Constitución.
Es conveniente recordar esto porque el maximalismo constitucional, el mismo que hoy rechaza el acuerdo y que descansa en una visión autoritaria —en la cual lo que importa es la moralización unilateral de los asuntos públicos—, desconoce que lo propio de un texto constitucional democráticamente concebido es la existencia de un pacto que requiere de concesiones recíprocas para que las reglas elementales de una sociedad permitan que nos identifiquemos todos en nuestra diversidad. El proceso que comenzamos exigirá comprender que la democracia requiere de instituciones fuertes que resuelvan oportunamente los asuntos que nos inquietan, y exigirá persuadirnos entre todos del valor de las virtudes públicas para una deliberación leal.
¿De qué depende comenzar a transformar esto en un proceso virtuoso? De varias cosas. Pero, en lo inmediato, de determinar cómo seleccionaremos a los constituyentes, porque este proceso debe garantizar representatividad social, política y territorial, paridad de género e integración de pueblos originarios. Un asunto que debemos definir y que se tomará la agenda pública en los próximos días.
Mientras algunos, con purismo integrista, tratan de objetar el acuerdo tergiversando incluso su texto, otros ya se organizan para participar en el plebiscito, uno en donde no hay triunfo asegurado para nadie, porque dependerá de la participación efectiva de los ciudadanos en las urnas. La pregunta entonces es muy simple: al final de este proceso ¿de qué lado de la historia desea estar usted?