Jane Jacobs se hizo conocida mundialmente en los 60s, por frenar una autopista que se quería construir en el Greenwich Village de Nueva York y por escribir el libro ‘Vida y Muerte de las Grandes Ciudades Americanas’, donde demuele la planificación urbana de los burócratas, afirmando que los vecinos deben definir el destino de sus barrios.
Las ideas de Jacobs calaron hondo en la intelectualidad progresista norteamericana y su mensaje ha recobrado nueva fuerza en Chile, dando origen a una corriente muy conservadora respecto a los cambios urbanos, pero extraordinariamente liberal para oponerse a cualquier acción del Estado, que suele ver como una máquina corrupta.
Como Jacobs, estos nuevos conservadores no quieren nada que altere su vida de barrio aunque vivan en grandes metrópolis. Se oponen a los centros comerciales, las autopistas, nuevas clínicas privadas o parques con mucho público. Tampoco quieren torres de departamentos ni viviendas sociales, que rechazan con argumentos ‘sustentables’ como lo hizo la Comunidad Ecológica de Peñalolén, para preservar su privilegiado entorno cordillerano.
Los nuevos conservadores quieren congelar la ciudad para revivir un pasado mejor, como los Amish que habitan en pequeñas villas, cultivan sus alimentos y cannabis en huertos y se mueven sin motores que destruyan el planeta. Por eso odian los autos e idolatran las bicis, añorando la China de Mao donde millones se desplazaban en ellas.
Sus lamentos se explican por la expansión de una clase media que demanda sus mismos privilegios. También se quiere bajar de la micro, mandar sus hijos a colegios que seleccionan o vivir en departamentos en Providencia y Ñuñoa. En el fondo, este lamento conservador refleja el malestar de ciertas elites ante la irrupción de las masas, como lo anticipó el sociólogo Eugenio Tironi.
Si al país le va bien y la desigualdad se reduce, tendremos una clase media más masiva así que la postura de los nuevos conservadores podría ser regresiva, si logran imponer sus agendas desde partidos políticos de nicho o escuelas de arquitectura y publicidad donde vociferan contra el mal gusto de los ‘nuevos ricos’ que prefieren a Dino Gordillo en vez de Jani Dueñas o departamentos de color pastel en vez de casas cuadradas de hormigón armado.
El verdadero desafío es conducir las demandas de la clase media con buenos proyectos que sepan aglomerar mucha gente en un espacio reducido, manejando el conflicto que ello supone. Densificar las ciudades sin matar los barrios, pensar en soluciones innovadoras para el auto, buenos parques y centros comerciales que aporten amenidades. En el fondo, diseñar una ciudad donde más chilenos puedan acceder a los privilegios que antes estaban reservados para unos pocos, que hoy lloran con nostalgia, por ese paraíso perdido.