El Ministerio de Desarrollo Social (MDS) realizó un estudio que concluye que 550 niños viven en la calle, abandonados por sus familias y con un alto consumo de drogas. Como están fuera del sistema de protección de la infancia, fueron bautizados como ‘niños invisibles’, y aunque el dato conmueve, la magnitud del problema es mucho mayor que la reportada por el MDS.
Me refiero a la situación que se vive en los barrios asolados por el narcotráfico que crecen peligrosamente en las principales ciudades de Chile.
Con datos del Ministerio Público y del Censo 2017, en Atisba calculamos que solo en Santiago, cerca de 350.000 niños residen en entornos urbanos violentos y peligrosos, donde muchas escuelas deben blindarse contra las balas y hacer operaciones Deyse para protegerse de los tiroteos entre bandas.
Acá los niños no viven en la calle, sino que encerrados en sus casas con altos niveles de hacinamiento, pocas áreas verdes y con espacios públicos grises controlados por traficantes que los tientan con regalos y salarios para reclutarlos como ‘soldados’. Ello explica, en parte, el porqué cada año 90 mil niños desertan del sistema escolar, según estudios de la Fundación San Carlos de Maipo.
Esta situación es crítica en El Castillo y Santo Tomás de La Pintana, o las poblaciones Santa Adriana de Lo Espejo y la Bandera de San Ramón, que fueron las comunas con peor calidad de vida según el último ranking publicado por el Instituto de Estudios Urbanos de la UC. El caso de San Ramón es doblemente grave, ya que su alcalde ha sido acusado de tener redes con narcos, pese a lo cual ha influido en la elección de candidatos presidenciales y de comités centrales que controlan un partido importante, que, se supone, clama por mayor justicia social.
Como estos niños viven con sus familias, no aparecen en las estadísticas del Sename o los registros de situación de calle del MDS. Nunca fueron el foco de la reforma educacional dominada por la triada ‘lucro-selección-copago’.
Tampoco han sido protagonistas del debate generado por el proyecto Admisión Justa, donde predominan abstracciones pedagógicas como ‘el algoritmo’ o el efecto ‘par’, verdaderas utopías si la escuela donde se aplica la reforma debe interrumpir clases por tiroteos, o si sus accesos tienen narcos reclutando ‘soldados’ con total impunidad.
Ha sido un mérito instalar la idea de que los niños deben ir primero en las prioridades sociales.
También tiene valor el trabajo realizado por el MDS con los niños de la calle o la discusión pública sobre la urgente reforma del Sename. Pero ello no basta. Además debemos visibilizar la dura realidad que viven los niños que hacen un esfuerzo por salir adelante en entornos urbanos violentos y segregados.
Ellos son los verdaderos niños invisibles de Chile. Y son cientos de miles.