Las listas de espera son características de los sistemas de salud con racionamiento de oferta o presupuestos acotados, como ocurre en Chile con los subsidios estatales para salud, fuertemente asociados a la política fiscal (gasto público). En ese escenario, los hospitales públicos que tengan capacidad instalada para resolver más que lo que han comprometido y hagan uso de la misma, irán por el camino de la deuda a proveedores de medicamentos e insumos. En consecuencia, en equilibrio financiero, la lista de espera parece ser un fenómeno inevitable.
Atribuir todas las muertes acontecidas durante la espera para una cirugía a causas derivadas de la patología que motiva la espera, no es correcto ni sencillo. Es decir, no porque la muerte acontezca durante la espera podemos atribuirla precisamente, directa o indirectamente, a dicha espera. Por cierto que habrá casos en que la patología agravada por la espera será la causa de la muerte, pero lo más probable es que la mayoría de los casos no sean atribuibles a ella. Esto debe estudiarse cuidadosamente antes de salir corriendo a los diarios o a la televisión.
Las patologías que esperan por una resolución quirúrgica son por definición electivas. Es decir, no son de urgencia, pueden esperar. El problema es cuánto tiempo pueden esperar, pues ello dependerá en muchos casos de las razones clínicas asociadas a la patología al momento de prescribir la cirugía e ingresar al paciente a la lista de espera. Vele decir, cada caso es una circunstancia donde el dolor, la gravedad y la discapacidad asociadas son claves para el mejor decidir, si acaso el sistema no da abasto para resolver más que lo que puede, gestión mediante.
En un escenario como el descrito, si bien importa reducir los tiempos de espera en cada caso, reducir el promedio del mismo puede tentar a los gestores a operar con lógica de “first in, first out”, es decir, primero el más antiguo, pues impacta más en la reducción de los tiempos promedio de espera. Esta lógica no distingue entre personas que deben llegar al pabellón antes que otras por razones clínicas e incrementa el riesgo de morir durante la espera, por razones propias de tal espera. Es decir, la lógica descrita carece de “inteligencia sanitaria”.
La revisión sistemática de la literatura nos enseña cosas. Primero, que hay patologías en que es posible esperar hasta el límite de la vergüenza institucional, pues ello no tendrá trascendencia para el paciente. Segundo, que el dolor, la gravedad (empeoramiento por la espera) y la discapacidad que la patología generan al paciente deben ser considerados al momento de constituir la lista de espera. O sea, el paciente no va al final de la lista por ser el último en ingresar, puesto que puede ser situado más adelante según las razones clínicas que existan. Y también nos enseña que puede haber consideraciones sociales importantes, como pacientes que tienen niños o ancianos a cargo de sus cuidados o son el proveedor principal.
Una gestión de la lista de espera con criterios clínicos y sociales, además de la antigüedad, requiere resolver frente al ciudadano los problemas de transparencia del sistema. Es indispensable que el ciudadano conozca su lugar en la lista y las razones por que se ubica allí, así como mantener con él una estrecha vigilancia y disponibilidad para responder sus dudas o consultas por teléfono o por la web. Esto es central y golpea sobre los mecanismos informales de acceso a las cirugías de los más diversos orígenes que existen en los hospitales, razón por la cual es de implementación resistida y compleja.