
Debutó en las recientes elecciones parlamentarias un nuevo sistema para elegir diputados y senadores, de carácter proporcional, terminando así con el sistema binominal.
Las principales críticas que se hacían al antiguo sistema radicaban en la injusticia de sus resultados al igualar un 33,3% de preferencias con un 66,5%, distorsionando así la composición del congreso en relación a su representatividad.
Por esto se avanzó hacia el nuevo sistema de elección, que tiene dos grandes beneficios. En primer lugar, los partidos deben proponer más candidaturas en cada elección, por lo que los ciudadanos tenemos más opciones para elegir a quién votamos, incluso dentro de un partido o pacto que nos represente políticamente. En segundo lugar, las distintas visiones políticas del país se ven mejor representadas en el Congreso, pues las proporciones de votos que obtiene cada lista determinan en buena parte la proporción de candidatos electos.
Una crítica que persiste del sistema anterior al actual es que se permite que candidatos con alta votación ‘arrastren’ a otros menos votados por el hecho de pertenecer a la misma lista, pero esta situación difícilmente puede resolverse en un sistema proporcional, pues ese arrastre configura una composición representativa del Congreso de acuerdo a los votos que se obtuvieron. En todo caso, el efecto ‘arrastre’ con este sistema es mucho menor que con el sistema binominal, por lo que ante todas luces nos encontramos frente a un Parlamento más representativo de la diversidad de ideas que habitan nuestro país, y sus efectos en la legitimidad del Congreso frente a la ciudadanía podremos verlos en el mediano plazo.