Hay ciertos elementos que suelen poblar este debate, siendo el alto número de partidos con representación en el Congreso uno de los principales problemas identificados. Sin embargo, nuestro sistema posee otros elementos que también merecen ser observados, ya que están produciendo efectos poco deseables.
Desde el punto de vista de las candidaturas, los incentivos del sistema de listas abiertas están puestos en el individuo que compite, antes que en el partido al que representa (incluso, se pueden incluir a independientes dentro de las listas en cupo de partido). Así, en el papel, nuestras reglas del juego pueden fomentar la personalización de la política, ya que las candidaturas de un mismo partido deben competir entre ellas para sobresalir y conquistar el voto. Con ello, se crean incentivos para que actores políticos que llevan agua a su propio molino lleguen al Congreso a pesar de ir bajo el patrocinio de un partido. No debiera sorprendernos, entonces, las situaciones de discolaje que hemos observado en el último tiempo. Los costos de negociación son altos en un Congreso con muchos partidos, pero también cuando un partido cuenta con múltiples representantes que votan sin alinearse.
Por otra parte, desde el lado del electorado existe una compleja ‘caja negra’ que traduce votos a escaños, cuyos resultados, en ocasiones, son incomprensibles. Se le pide al votante que deposite su voto por una candidatura en particular, pero la aplicación de la fórmula de repartición de escaños se da primero a nivel de listas (o pactos electorales), luego a nivel de partidos dentro de la lista, y finalmente a nivel de candidaturas dentro del partido. Esta operación dificulta el seguimiento del voto al escaño y produce situaciones difíciles de explicar al electorado, como el mal llamado ‘arrastre’ de candidaturas con poco porcentaje de votación.
Estos dos ejemplos dan cuenta de la complejidad a la hora de buscar una reforma que solucione los problemas del sistema político. Es necesario analizar la interacción de sus diferentes partes y ver cómo los posibles incentivos a introducir dialogarán con los problemas que se presentan. La democracia requiere de acuerdos, pero también de proyectos políticos coherentes y de representantes que cumplan con este objetivo. De otra manera, los partidos corren el riesgo de transformarse en meros vehículos electorales de emprendedores políticos.