Un buen amigo colecciona fósiles. ‘Cada vez que los miro, pienso que mis problemas son casi nada’, dice. ¿Qué somos, comparado con los millones de años de vida antes de nosotros? Relativizar problemas así no implica ignorarlos, sino cambiar el foco, y mirarlos con más distancia, más allá de su inmediatez.
Pienso que eso es lo que necesitamos. Sin duda, los esfuerzos de nuestro país están centrados en la crisis sanitaria y sus consecuencias. Después de una tormenta así de adversa, sumado a la crisis social, está claro que algo en nuestro rumbo debería cambiar, y que es necesario ir definiendo los acuerdos acerca del país que queremos. El virus hace que nuestras economías colapsen, escribió la psicóloga italiana Francesca Morelli. Pero el aíre que respiramos, está mejor que nunca. Nos tiene recluidos en nuestras casas, pero pasando más tiempo con nuestras familias. Y, estando aislados, nos damos cuenta, que nuestro destino -finalmente- depende de toda la comunidad. También en Chile vemos aumentando el número de los contagiados.
Muchos estamos en cuarentena, pero a la vez pasamos más tiempo con nuestros niños, y consumimos menos lo que no necesitamos. Estamos empezando una severa crisis económica, pero en Santiago volvimos a mirar un cielo azul que ya habíamos considerado perdido. Hay mucho que pensar. ¿Por dónde empezar? Hace poco, llegué de un viaje a Nueva Zelanda donde conocí su ‘presupuesto de bienestar’ (wellbeing budget). En 2019, el gobierno neozelandés había dado una señal política importante, al transmitir que el país necesitaría otras métricas que explicarían cómo están los ciudadanos.
Desde entonces, el Ministerio de Hacienda no solo debe rendir regularmente cuentas sobre las finanzas, sino también sobre el impacto que ellas tienen en la vida de las personas. Para ello, Nueva Zelanda empezó a fijar unos pocos indicadores estratégicos, como el porcentaje de adultos que tuvieron semanalmente contactos cara-cara con amigos, el ingreso mediano de los hogares o la percepción de corrupción. Destacan indicadores como el tiempo libre después del trabajo, el patrimonio promedio de los hogares, o el porcentaje de adultos que indican no poder financiar sus necesidades diarias con lo que ganan.
Pienso que ello es una inspiración fantástica para Chile, que nos invita a preguntarnos cómo queremos ver a los chilenos -y a nuestra economía- en diez años, y a pensar cómo medir anualmente el progreso para saber si estamos mejor. Como nunca antes, ha llegado la hora de atrevernos a hacer cambios, e implementarlos de forma gradual, pero decidida. Una vez, Oscar Wilde dijo que sorprenderse a uno mismo, es lo que haría la vida más digna de vivir. En este sentido, ojalá muchos de nosotros nos sorprendamos ahora a estar dispuestos a trabajar unidos, después de toda la polarización del pasado, para ir pensando desde ya en ese Chile que queremos ver nacer después de esta crisis.