¿Qué viene ahora? ¿En qué nos convertiremos? Escucho a políticos y empresarios decir ‘ahora que el país cambió…’, como si hubiese sido necesario el levantamiento de un pueblo furibundo para atender las verdaderas urgencias. Hoy, después de logrado el triunfo de una verdad que era evidente, pero sistemáticamente minimizada, invisibilizada e incluso negada por quienes detentan algún poder de representación o decisión sobre el prójimo, esos mismos círculos del poder hoy se allanan al diálogo, a las demandas, a una realidad súbitamente nítida, comprendida y asumida.
Varias veces en la historia se habló de ‘un nuevo trato’ después de alguna crisis mayúscula. Tal vez el caso más inspirador sea el del conjunto de reformas financieras, leyes laborales y de seguridad social y un formidable programa de asistencia y obras públicas llevadas a cabo por Franklin Roosevelt en los EE.UU. en los años siguientes a la Gran Depresión de entre 1929 y 1933, que había significado el colapso del sistema financiero, la quiebra generalizada de la industria, el comercio y la agricultura y un desempleo que alcanzó al 25% de la población trabajadora del país.
Roosevelt ganó la campaña presidencial de 1932 prometiendo a un pueblo ferozmente descontento ‘a New Deal’, con el que logró, en efecto, sacar a la economía del marasmo e inaugurar una era de inédito desarrollo económico, cultural y social, ejemplar en el mundo en las décadas siguientes, basado en los principios elementales de la socialdemocracia; esto es, una democracia plena, fundada en los principios de la libertad individual y económica, pero donde al mismo tiempo el Estado asume de manera manifiesta la responsabilidad del bienestar común, basado, a su vez, en estricta regulación, justicia efectiva y una solidaridad incuestionable.
En Chile, la promesa transversal de ‘un nuevo trato’ tiene, por paradojas del idioma, una doble significación: no solo un nuevo acuerdo en la forma de gobernar, legislar, plantear prioridades políticas y económicas, de incorporar los anhelos de la ciudadanía en los procesos de desarrollo y de castigar sin miramientos la corrupción y el abuso de quienes han corroído el alma de la nación, sino, muy bellamente, también una nueva manera de tratarnos entre individuos, con más confianza, con más esperanza, con más respeto.
Hemos sido cómplices en el triunfo de la verdad y de la reivindicación de la calle, nos hemos observado y reconocido como pueblo libre por primera vez en generaciones, nos hemos animado a conversar incansablemente entre extraños en plazas y parques, en extraordinarios debates colectivos espontáneos y en portentosas marchas y manifestaciones públicas, llenas de energía y auténtica convicción. Tenemos ahora la oportunidad de volver a tratarnos mutuamente como ciudadanos plenos, con total conciencia del poder de nuestros derechos comunes y de nuestra increíble oportunidad —escasas como son en la historia— para fundar una nueva y mejor república.