La pandemia del Covid-19 nos alerta de las vulnerabilidades y riesgos sistémicos que amenazan a toda la humanidad. Nos recuerda nuestra interdependencia y la profunda interconexión global que nos obliga a entender esta crisis como un problema complejo, cuyo enfrentamiento requiere una amplia colaboración que integre diversas miradas y que considere la opinión de científicos e investigadores.
Esta misma interdependencia está en el centro del fenómeno del cambio climático. Se trata de «una tragedia de los comunes» a escala global, en que todo el planeta está amenazado. El entorno de gran incertidumbre provocado por el Covid-19 nos ayuda también a tomar conciencia del escenario incierto que enfrenta la humanidad debido al cambio climático.
Esta pandemia nos deja una enseñanza para abordar otras catástrofes potenciales y de carácter global: la acción temprana ha sido vital para mitigar los efectos del Covid-19. De igual forma, necesitamos abordar ahora la crisis climática, para limitar sus impactos más adversos.
La crisis económica a la que haremos frente en los próximos meses será profunda. La paralización de la actividad económica ha generado una disminución en el consumo de combustibles fósiles y emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, esto puede ser solo un respiro trágico y transitorio para el planeta, tal como ocurrió en la crisis subprime.
Esta vez puede ser diferente. Esta crisis revela la rapidez con la cual se pueden producir transformaciones profundas en nuestra sociedad. Ha forzando la aceleración del desarrollo de la economía digital. Este cambio reducirá la demanda por transporte, lo que implicará una reducción permanente de la demanda de combustibles a nivel global y una caída de largo plazo del precio del petróleo. Chile debería evitar traspasar estas caídas de precios de los combustibles fósiles al sector transporte, eliminando la franquicia al diésel para el transporte de carga y estableciendo una trayectoria ascendente del impuesto al carbono, a partir de 2022, en línea con la tendencia de la mayoría de los países de la OCDE.
Desde la perspectiva de recuperar el crecimiento de largo plazo, Chile, a diferencia de la mayoría de los países OCDE, tiene un potencial eólico y solar que le permite, avanzar a una economía dinámica, sostenible y resiliente, que nos transforme en líder global como exportador de metales con baja traza de carbono, hidrógeno y combustibles verdes, generando empleos y al mismo tiempo reduciendo la contaminación.
No podemos perder la oportunidad de generar una recuperación resiliente, haciéndonos eco del llamado de actores internacionales como el Banco Mundial y la Unión Europea. La inversión pública y el estímulo a la inversión privada deben inducir una recuperación que permita a Chile enfrentar de mejor manera los desafíos sociales y medioambientales, alineando la reactivación económica con los compromisos de acción climática.