Durante estas semanas se me han venido a la mente antiguas imágenes y recuerdos sobre cómo muchos intentaron negar lo ocurrido durante la dictadura en Chile. Fue así como el fallecido Sergio Diez, en la misma sede de la ONU, negó la existencia de los detenidos desaparecidos; o los ministros Sergio Fernández y Francisco Javier Cuadra, que responsabilizaban al marxismo internacional por una campaña de mentiras y falsedades; fustigando las sanciones sobre Chile y las duras críticas provenientes de las democracias más antiguas del planeta, alegando indebida injerencia en asuntos internos. Bajo ese mismo precepto, muchos rechazaron la detención de Pinochet en Londres -Piñera con gran entusiasmo, valdría la pena recordar- haciendo gárgaras sobre la soberanía nacional mancillada, como si ésta habilitara para vulnerar los derechos humanos de los ciudadanos de un determinado territorio y después, como si fuera poco, se extendiera para dar impunidad por los crímenes cometidos. Y así súmele empresarios, académicos, columnistas y varios otros.
Y quizás por lo mismo, confieso que me da algo de pudor cuando veo a muchos de los que decididamente apoyaron a la dictadura ayer, pontificar hoy sobre la importancia de la democracia o las libertades civiles y políticas, cuestionando de paso a quienes tienen posiciones ambiguas; como si la de ellos -despojados de cualquier autoridad moral en estas materias- no dejara mucho que desear.
Sin embargo, nada de eso cambia que esta vez, y sumándose a muchos demócratas, tengan la razón cuando denuncian la ausencia de libertades en Venezuela y fustigan ese simulacro de elección que tuvimos en días pasados. Las comparaciones son difíciles y las épocas son diferentes, pero los relativismos, las hipocresías y los dobleces son exactamente los mismos. De esa forma, condenan enérgicamente las violaciones a las libertades y derechos básicos cuando amenazan su forma de vida y lo que ellos representan, pero sin embargo las niegan, comprenden y justifican, cuando las padecen sus adversarios. Antes unos y ahora otros.
Por todo lo anterior, celebro con entusiasmo la posición de condena que varios dirigentes del Frente Amplio tuvieron hacia el régimen de Maduro y la preocupación por lo que está ocurriendo en Venezuela. Me entusiasma la idea de pensar en una generación de políticos que se atreve a romper con estereotipos de manera coherente, relevando principios que no deberían acomodarse según las circunstancias. Y por lo mismo, lamento también que muchos de los cuadros de la renovación política, como es el caso del Partido Comunista y de otros en la ex Nueva Mayoría, terminen presos de esa inercia que perpetúa el panfleto y la ignominia, devaluando el sentido más profundo de la acción política.