Al hablar de la cuenta pública, existe una noción, errada en mi opinión, de que estas son una oportunidad para el debate abierto y directo sobre los logros y fracasos del gobierno. En otros sistemas políticos, este discurso sería uno más en un debate constante entre el gobierno y el Congreso, en el que habría la oportunidad de contrastar posturas e ideas. Pero no, la cuenta pública en Chile, y en otras países presidenciales, son más un espacio performativo, donde vemos al gobierno y la oposición en un juego teatral, resaltando lo lindo y maquillando lo feo de cada uno. Por eso no debiera ser sorprendente que las respuestas a la cuenta, de partidarios y opositores, sean las mismas año a año: o el gobierno fue valiente y ambicioso, o el gobierno fue insuficiente y poco ambicioso. Si las cuentas son un baile de máscaras, entonces vale la pena preguntarse si son realmente necesarias.
Las investigaciones sobre discursos políticos suelen enfocarse en dos temas: en comprender cuáles son los mensajes subyacentes al texto escrito o hablado, y en comprender cómo afectan (o no) a la opinión pública. Sobre lo primero, el estudio de los discursos en distintas partes del mundo ha permitido establecer cuáles son las ideologías subyacentes en una serie de temas, como relaciones internacionales, rol del Estado en la economía, temas valóricos, entre otros. Así, los discursos presidenciales suelen ser una fuente poco común de texto y subtexto para quienes se dedican a la investigación académica. Pero, asimismo, sería poco razonable y eficiente justificar la existencia de estos discursos sobre la base de un par de artículos en revistas científicas o libros académicos.
Por otro lado, también se ha investigado cómo estos discursos y sus reacciones afectan a la opinión pública, y ahí la película es más compleja. Así, las cuentas públicas permiten que el electorado concentre su atención en un par de temas relevantes que logren marcar la agenda pública. La reciente cuenta del Presidente Boric lo hizo de forma bastante efectiva al plantear el tema del aborto, obligando a actores políticos a marcar sus posturas y a la opinión pública a informarse de las mismas.
Sin embargo, uno de sus efectos más relevantes no tiene que ver con lo que diga el Presidente o cómo, sino en cómo se da la discusión entre oficialismo y oposición después de la cuenta pública. Mayores niveles de negatividad en el debate político post cuenta pública están relacionados con mayores niveles de desafección y menor confianza. Esto no tiene que ver con el contenido de la cuenta, sino que con la forma en que reaccionan los actores políticos. Es decir, el baile de máscaras post cuenta no es inocuo, sino que puede afectar negativamente la opinión sobre la política y sus procesos.
Nada de esto debiese ser sorprendente, ya que sabemos cómo las acciones y conductos de los políticos se relacionan con la (mala) opinión que tiene la ciudadanía sobre ellos. Pero ese mensaje parece caer en oídos sordos a la hora de afectar su comportamiento. La hostilidad entre facciones puede ser más atractiva en el corto plazo, pero nos debiese hacer reflexionar sobre el formato, la utilidad y la necesidad de las cuentas públicas.