Había expectación por las palabras del Presidente de la República. La cuenta del 1 de junio fue precedida de duras críticas por la sequía legislativa, en especial respecto de las orientaciones que se adelantaron durante la campaña, pero cuyo detalle esperábamos mejor conocer el viernes pasado. Incluso más, las pocas cuestiones más específicas insinuadas en los meses y semanas previas por algunos miembros del gabinete, resultaron todavía más confusas y contradictorias. Sin embargo, los titulares fueron seguidos de más titulares. Así por ejemplo, nada concreto y específico se dijo respecto de la reforma previsional, pese a que se trata de un tema muy relevante en el debate político.
Lo mismo podría apuntarse sobre la reforma de salud, tanto en su dimensión pública como también para las Isapres, pese a la comedia de declaraciones que lideró el ministro de dicha cartera. Sobre la reforma tributaria sólo sabemos que no habrá rebaja al impuesto a las empresas, pero poco y nada de los específicos mecanismos de simplificación en los que tanto se insistió.
Y así, suma y sigue. Y si la razón de esta ambigüedad tiene su origen en la dificultad que pudiera observar el gobierno para aprobar estos proyectos de ley en un escenario de minoría parlamentaria, poco y nada se entiende, y menos se justifica, esta bipolaridad que Piñera manifiesta hacia la oposición. En efecto, y como si fuera una pulsión irrefrenable, mientras para la foto tiende una mano a sus adversarios, con el pie por debajo los golpea en las canillas. De hecho, no recuerdo una primera cuenta presidencial tan centrada en las críticas a la administración anterior, como si la máxima autoridad del país se desviviera entre la comprensión de que requiere acuerdos y consensos para avanzar en sus prioridades, pero al mismo tiempo lo embargara cierta rabia y frustración de tener que pasar por el tamiz de aquellos que derrotó hace pocos meses atrás.
De esa forma, y anticipando que posiblemente defraudará varias de las expectativas que generó, opta por el camino fácil de anticipar dicha eventualidad responsabilizando a los otros. Pero esa pequeñez también afecta a sus aliados. Nobleza obliga reconocer que en materia de políticas de infancia este gobierno parte de manera muy auspiciosa, aunque poco se recuerda y reconoce a quienes majaderamente insistieron en esta cuestión, como es el caso de Evopoli en general y Felipe Kast en particular, que desde la primaria presionaron hasta el hartazgo para que este tema se transformara en una prioridad de la política pública. Es fácil decir que Piñera cambió cuando éste no habla, pero basta soltarlo un poco para comprobar que no puede lidiar con su propia naturaleza.