El informe de riesgos globales del Foro Económico Mundial de 2021 advirtió hace meses que la degradación ambiental, y el peligro de que esta se cruce con la fractura social, pueden tener graves consecuencias. Un mundo en ‘sintonía con el riesgo’ nos ofrece la oportunidad de pensar de qué modo debemos gestionarlas incertidumbres, las que provienen de la fragilidad cotidiana y las oportunidades perdidas. La pandemia —y el ‘gran encierro’— nos demostraron que la cohesión social hoy es más importante que nunca.
Esa cohesión es un imperativo para gobernar, porque implica reducirlas desigualdades, proteger a los vulnerables, apoyar el desarrollo de nuevas ideas, y resguardar los entornos en los que se desenvuelve nuestra supervivencia y cultura, permitiendo que cada persona puede decidir sus proyectos de vida sin la coacción o el escrutinio moralizador de otros, los mismos que segregaron seres humanos durante tanto tiempo.
Desde octubre de 2019 nuestra convivencia ha estado sujeta a una intensa presión. No sólo el estallido social y sus consecuencias. También el pacto de noviembre que permitió el camino constitucional, el que, a ratos con un vértigo insospechado, es la demostración que profundizando la democracia podemos resolver nuestras diferencias. Pero un simple texto codificado se puede diluir en vanas promesas, un riesgo que la Convención deberá tener presente para los tiempos que vienen.
La elección de ayer es un buen ejemplo de cómo las personas expresan sus inquietudes frente a las incertidumbres que viven cotidianamente. Nuevamente asistimos a las urnas, algunos con esperanzas, otros con temor, otros tantos con ansiedad y los menos con indiferencia. Quien gane en la segunda vuelta deberá ser capaz de sintonizar con esos riesgos si quiere triunfar y ser un gobierno eficaz.
El mundo como lo conocíamos hace un par de años ya no existe. El trabajo vive cambios que pocos esperaban, hay personas que están abandonando el plan de vivir para trabajar (la gran dimisión) y han decidido volver a controlar el ritmo de su propia existencia; las empresas han comprendiendo —a golpes— que el futuro que proyectaron descansaba en supuestos que sus consultores creían inmutables; la tecnología nos ha facilitado la cotidianeidad, pero también ha alterado nuestra humanidad, y la pretensión del bienestar en la vejez —un momento pensado para el descanso— es un espacio incierto, no sólo en lo material. La soledad se ha transformado en la rutina de muchas vidas.
Pero los resultados de la elección de ayer también nos recuerdan que la democracia es una forma de convivencia colectiva, que se defiende cotidianamente, y donde no basta con invocar la superioridad moral para triunfar. Porque, parafraseando a Unamuno, para vencer hay que convencer.