Como cada vez que se acerca la fecha para un cambio de hora, vuelven a aparecer voces respecto de la conveniencia o no de dicho ajuste. El cambio de hora es una política pública diseñada e implementada a fines de los años sesenta para ahorrar energía eléctrica producto de un largo periodo de sequía en nuestro país; pero al día de hoy, desde el punto de vista del ahorro energético, no tiene mucho sentido, como lo demuestran múltiples estudios.
El factor común de estos cambios es su falta de planificación; hubo años en que el referido ajuste se produjo con una semana de antelación. Solo como referencia, en otros países ese tipo de decisiones suelen ser discutidas previamente durante meses.
Otro factor común es que en algunas ocasiones el cambio se ha justificado con informes de la autoridad que mencionan sólo beneficios asociados a salud, seguridad y ahorro energético, algunos de ellos bastante dudosos, y nunca se hacen cargo de los costos que implican modificar toda clase de sistemas y aplicaciones públicas y privadas, y que ascienden a más de 30 millones de dólares, según estimaciones que realicé hace unos meses.
En 2015 y producto de uno de estos cambios el Colegio de Ingenieros decía: “La movilidad permanente de la Hora de Verano e Invierno, junto con la baja anticipación del aviso de modificación, afecta enormemente el funcionamiento de un sinnúmero de instituciones públicas, privadas, académicas, sociales y personas, puesto que la inmensa mayoría utiliza sistemas computacionales para la provisión de sus servicios, que se ven seriamente afectados debido a que todos están construidos de acuerdo a la Hora Oficial estándar definida para Chile”. Asimismo, medios de comunicación internacionales como The Register han destacado la falta de planificación de nuestro país en estas materias: “Chile no se lo ha puesto fácil a las empresas de software a lo largo de los años. Desde 1987 el país ha realizado más de una docena de cambios por diversos motivos; desde una visita del Papa Juan Pablo II ese año, una sequía en 1999 y un terremoto en 2010, pasando por condiciones hidrológicas hasta una decisión en 2015 de mantener el horario de verano todo el año, decisión que se revirtió un año después».
Algo mucho más serio —como se está haciendo en muchos países— sería tener de una buena vez un diálogo para que discutamos los beneficios y costos del cambio de hora. En 2018 se nos dijo que evaluaríamos este tema durante los próximos años para establecer una política pública seria y moderna en el tema; bueno, pasaron los cuatro años y seguimos donde mismo.