Cinco años del estallido social, la discusión pública sobre lo que ahí sucedió se encuentra en uno de sus peores momentos. El ‘debate’ se ha posicionado entre quienes sólo observan violencia y delincuencia en el 18-O, y quienes continúan viendo una revuelta antineoliberal. Aunque esta falsa dicotomía es alimentada por el clima electoral y el empobrecimiento de nuestro debate público, alguna responsabilidad también recae en las distintas lecturas que se han hecho de este enigmático acontecimiento.
¿Cuál fue el rol de los intelectuales durante el estallido? Esta es la pregunta que guio la conversación en un evento recientemente organizado por Espacio Público, en el que participaron Alfredo Joignant, Consuelo Araos y Patricio Fernández. El tema es relevante porque los meses que siguieron al 18-O fueron probablemente los que han visto mayor producción intelectual desde el retorno a la democracia. Parte importante de ese activismo intelectual parece haber sido movido por el deseo de justificar lo que ocurrió, más que de entenderlo.
Los acontecimientos de octubre y los meses siguientes fueron profundamente multifacéticos. Incluyeron violencia, delincuencia, movilización social pacífica y apoyo ciudadano. Las causas que se enarbolaron fueron extremadamente diversas, e incluían el descontento con el costo de la vida, la desigualdad y los abusos; demandas feministas, étnicas y medioambientales; e incluso el movimiento No+Tag. Las lecturas que vieron en esta diversidad a un pueblo unido en lucha contra un modelo político, social y económico determinado hablan más de quien realiza la interpretación que del fenómeno interpretado.
Todo lo ocurrido en los últimos cinco años ha hecho que este tipo de lecturas envejezcan mal. Una de sus consecuencias es haber entregado una excusa para que ciertos sectores responsabilicen a la izquierda de todo lo ocurrido en el estallido social, cuando sabemos que fue un movimiento en gran medida autónomo que rechazó todo tipo de conducción. La lectura simplista del ‘estallido delictual’ simplemente no se condice con los hechos objetivos ni con las percepciones subjetivas de la época, como tampoco se sostienen las distintas teorías conspirativas al respecto.
Al cumplirse el primer quinquenio desde el estallido social, el desafío es pausar por un momento nuestra tendencia a interpretar los acontecimientos, y darnos un tiempo para intentar comprender las ambigüedades y matices de lo que efectivamente ocurrió. Revisitar los registros, crónicas y recuerdos de la época puede ser un punto de partida, así como es bueno echar un vistazo a la evidencia empírica que la academia ha levantado. Si logramos ponernos de acuerdo en los hechos que ocurrieron, quizás nos acercamos un paso hacia la construcción de significados comunes sobre los que podamos proyectar el Chile que viene.