Un viejo proverbio árabe señala que ‘nadie puede saltar fuera de su sombra’. Con él se suele indicar que no podemos desprendernos de lo que somos, porque es imposible cambiar lo que nos constituye por el simple deseo. Algo de esto sucede con la Convención en la parte final de su trabajo, pero también con los críticos de sus resultados.
Cuando quedan 28 días para que el proceso culmine y se inicie el período de propaganda electoral para el plebiscito de septiembre, los primeros sostienen, con una soberbia innecesaria, que esta es la experiencia más democrática que hemos tenido, de modo que sólo por eso deberíamos aprobar. En cambio, los segundos afirman que el texto contiene aspectos que superan el mandato conferido por el plebiscito que dio inicio al proceso, generando riesgos que justificarían rechazar. Ambos, irónicamente, invocan al pueblo en su favor.
El borrador del texto constitucional es complejo; la discusión del caso chileno tiene atentos a todos los especialistas en el mundo, no sólo por su desarrollo procedimental, sino también porque ha avanzado en ámbitos donde el resto ha actuado con distancia, como lo que ocurre con paridad. Es quizá el cambio más relevante de este proceso, porque de algún modo representa una corrección material de desigualdades y distribuye el poder, tanto en el Estado como en la sociedad, de un modo irreversible.
Por lo mismo, las preferencias y discrepancias que sostienen la disputa son legítimas. El problema no es saber si las personas han leído el texto constitucional, como si el plebiscito se tratara de un gran control de lectura nacional. Lo genuinamente importante es, en mi opinión, si este intenso año de discusión ha sido útil para manifestar nuestras preocupaciones en los temas importantes de nuestra vida colectiva, si las sobremesas cotidianas han provocado sus propios debates en las familias, amigos o compañeros de trabajo, o si algún día de la semana ha tenido un ‘café constitucional’.
Si el proceso constituyente ha logrado eso, entonces hemos roto la creencia de que en esta vida cada uno se salva solo; hemos entendido que el destino de cada uno y el de nuestras familias depende de la confianza y los vínculos con desconocidos, que la política no puede quedar en manos de oportunistas, que las instituciones son más importantes que los egos y que postergar la corrección de las desigualdades es el relato de una tragedia, porque elude las advertencias sobre las consecuencias fatídicas de mantenerlas.
Cualquiera sea el resultado de septiembre, lo que no sucederá es que saltaremos mágicamente ‘fuera de nuestra sombra’. Porque las razones que nos trajeron hasta acá seguirán formando parte de nosotros, salvo que las palabras y los deseos se transformen en acciones compartidas.