Antes de sentarme a escribir, visité algunas franjas políticas en el computador. Mi intención no era buscar la que me convenciera, porque no formo parte de aquellos que en política deciden a partir de imágenes publicitarias. Las franjas, en todo caso, son como la ropa de un individuo. Por una parte lo cubren, y de otra lo exponen. La apariencias sólo engañan a los distraídos. La franja de Beatriz Sánchez viste como los hijos de la Nueva Mayoría. Apela a la misma emoción generosa, acogedora, bien pensante. Ataca a sus antepasados para quitarles las palabras de la boca. Persiguen el mismo fin, solo que unos van cansados y estos poseen un entusiasmo arrollador. Buenísimo el spot en que los apellidos de los futbolistas de la selección son gente de la calle, y Sánchez juega en la delantera. Ridículo que se presente como la primera presidenta feminista, cuando Michelle Bachelet encarna eso para buena parte del mundo. Hablamos de imágenes, porque aquí todavía la ley pena con cárcel a una mujer violada cuando aborta.
Algo tiene la franja de Alberto Mayol que me seduce: quizás la libertad de saber que ninguna de sus propuestas se llevará a cabo. Me gusta que encare a El Mercurio, que cuestione la propiedad privada convertida en Dios, y hasta que imagine un tren de alta velocidad atravesando el desierto, cuando muchos nos daríamos por satisfechos con uno a vapor. Pero Mayol es grandioso: no hay sociedad existente que lo satisfaga y considera que salvo él, los demás no entienden nada. También es nostálgico: asegurar que la llegada del tren genera ciudades denota su gusto por los Westerns, porque lo cierto es que ahora eso se consigue construyendo aeropuertos.
De Piñera no me interesó nada, salvo su propuesta de transporte público. Imaginar una ciudad con otras cuatro líneas de Metro y prolongadas las existentes, buses movidos por energías limpias con nuevos ramales de aproximación y teleféricos atravesando territorios convulsionados, me recordó al Lagos imperial soñando el Transantiago. Aunque le cueste aceptarlo, llevar ese proyecto a cabo requerirá una altísima planificación y control estatal. Si gobierna, ojalá tenga mejor suerte que su inspirador. El resto es sacar lustre a su imagen de ex presidente y repetir el discurso autoritario (seguridad, seguridad, seguridad) y platero (crecimiento, crecimiento, crecimiento) típico de la derecha.
La franja de Ossandón se resume perfectamente en el eslogan que alguna vez usó Arturo Frei Bolívar: “Uno como usted”. Ni brillante, ni estudioso, ni admirable…, simplemente chapucero, como él supone que es usted. La de Felipe Kast, en cambio, tiene tantas ideas que no recuerdo ninguna. Aunque el candidato de Evopoli posee la estampa de un jovencito regalón de las abuelitas -rubio, conservador y autosuficiente como a ellas les gusta-, hay que reconocer que si la derecha chilena tuviera como eje sus planteamientos políticos, este país subiría ostensiblemente sus estándares civilizatorios. Por desgracia sigue siendo una órbita muy marginal de ese universo reaccionario, ante el que finalmente agacha la cabeza.
Acabo de revisar el debate de los candidatos de Chile Vamos. Si en la franja lucían con sus ropas preferidas, en el debate se mostraron en pelotas. Y el espectáculo fue atroz. Ninguno de ellos parece confiar en el otro para gobernar Chile. De sus ataques mutuos habría que concluir que uno es ladrón, el otro tonto y el tercero irrelevante. A ratos daban un poco de vergüenza. Pensé mientras los escuchaba: “¿Y si en vez de llenarse la boca con la educación, llenaran con ella sus cabezas?
Lo increíble es que ese mundo político en torno del cual han girado las elecciones durante los últimos 30 años, esta vez ni siquiera ha brillado por su ausencia. A mí ya se me olvidó hasta la cara de Guillier, el candidato de los radicales. ¿Cómo era el apellido de la candidata DC? ¿Gois, Goik, Goic?