La semana pasada, cuando buscó transformar los 30 años del triunfo del No en un
aniversario que a ella también le pertenece, la derecha reivindicó como pocos aquella
vieja frase de Marx que dice: todo lo sólido se desvanece en el aire y todo lo sagrado es
profanado. Sin embargo, como se ha insistido bastante por estos días, las acciones en
política se deben juzgar según el momento en que se viven. Y lo cierto es que, en 1988,
los partidarios del Sí deseaban que Pinochet gobernara por ocho años más, sin
uniforme claro está, pero con una “perla” en su corbata.
Esa derecha tendrá en los próximos días una nueva controversia respecto de cómo
administrar esa traicionera memoria. El 16 de octubre se cumplirán 20 años de la
detención de Pinochet en Londres, el momento en que los mismos que en 1988
estuvieron con el dictador —y que ahora tratan de relativizar ese apoyo— asistieron en
procesión y con entusiasmo a defenderlo de una “injusticia” orquestada por el
“marxismo internacional”.
Esa fecha es tan importante como la del 5 de octubre. Mientras la primera permitió
elecciones libres, la segunda inició el camino para perderles el temor a los círculos de
protección de la dictadura. Tras su detención, Pinochet compareció por primera vez ante
un juez por alguno de los crímenes de su período. Fueron supuestas razones
humanitarias las que lo trajeron de vuelta al país en marzo de 2000, las mismas que
permitieron, como si del relato bíblico de Lázaro se tratase, que se levantara de su silla
de ruedas para saludar a sus partidarios.
Tras su arribo, Pinochet fue desaforado, procesado y debió renunciar al Senado,
aunque continuó sujeto a la protección que le entregó la reforma constitucional de los ex
presidentes de la República. Y fue nuevamente su estado de salud, esta vez mental, lo
que impidió que continuaran esos juicios, a pesar de la batalla judicial posterior. Esto no
fue obstáculo para que, tras la investigación del Senado estadounidense en 2004,
Pinochet y su familia fueran enjuiciados por malversación de fondos públicos en el
denominado caso Riggs.
La derecha olvida con facilidad que octubre no es importante sólo porque en ese mes la
dictadura fue derrotada con un lápiz y un papel. También porque, hace dos décadas,
comenzamos a perderles el miedo a los ecos de esa dictadura y con ello se dio inicio a
la segunda parte de la transición, esta vez con Pinochet sentado frente a los jueces,
aunque fuese por un tiempo limitado.
La pregunta razonable es si la derecha, este próximo 16 de octubre, mostrará el mismo
entusiasmo con la democracia que tuvo la semana pasada en la conmemoración del
plebiscito. Porque los laberintos de la memoria son complejos, y a veces nos llevan a
recordar exclusivamente lo que nos conviene.