Los proyectos de ley de reducción de la jornada laboral se están transformando en uno de los temas de política pública más interesante que podemos discutir en la actualidad, especialmente si somos capaces de analizar su importancia en el largo plazo y en términos globales.
El punto es relevante, porque el mercado del trabajo, al igual que las impresas se mueven con dinamismo, en un mundo caracterizado en la última década por cambios constantes. No solo en el ámbito de las tecnologías, sino que también en las transformaciones culturales que estas han traído aparejadas.
Cuando el Congreso aprobó la ley que redujo la jornada laboral a 45 horas, en octubre de 2001, los gigantes tecnológicos aún no nacían. A finales de los noventa internet solo era accesible para el 3,1% de la población mundial, el acceso a computadores era limitado y los primeros smartphones se lanzaron en 2003. Hoy en nuestro país, según cifras oficiales, la penetración de dispositivos móviles alcanza al 84,2%, los hogares con internet son el 87,5% y las cifras en comercio electrónico están en aumento. Y la tecnología ha cambiado nuestra forma de trabajar.
Aunque el énfasis de las preocupaciones actuales son los impactos de la automatización en la vida de los trabajadores, existen otros aspectos que constituyen puntos ciegos que no estamos observando y que la discusión de este proyecto puede ser una buena oportunidad para analizar.
Es evidente que el mercado del trabajo no es homogéneo, y que en su interior existen composiciones diversas por edad, género y capacitación, entre otras. Nuestra estructura demográfica está cambiando rápidamente. Esto no solo implica que tenemos menos nacimientos y que la población de mayores de 60 años aumenta, sino que también la fuerza laboral es cada vez más adulta. Un asunto nada de trivial especialmente para un segmento de trabajadores mayores de 50 años, que, aún lejos de la jubilación, regularmente reciben el impacto de los procesos de reestructuración empresarial.
Por eso lo que se discute en el Congreso es tan relevante. Más allá de la coyuntura, lo que genuinamente deberíamos analizar es la manera de proteger los derechos de los trabajadores, permitiendo a la vez la innovación de las empresas. Un asunto que, combinado con la reforma del sistema de pensiones, de la salud y la propia reforma tributaria, forma parte de los cuatro ejes estructurales que definirán nuestra sociedad para los próximos años.
Así las cosas, acusar al proyecto de 40 horas de populista es, en algún sentido, pecar de lo mismo que se objeta. Porque bajo la amenaza de que ello afectará la economía, se olvidan los cambios evidentes de esta última década, y eludimos discutir sobre la necesidad de un acuerdo social para un futuro inevitable.