Hace un par de semanas, la Corte Suprema recordó, a quienes consideran que exigir el pase de movilidad impone restricciones a sus libertades, que ‘el bienestar de la colectividad debe primar sobre el interés individual de quien no se desee vacunar’. Esa frase encierra en toda su magnitud lo que representa este proceso. No es sólo un asunto sanitario; es también una manera de comprender la sociedad.
¿Cómo es posible que un país que atravesaba una profunda crisis social y política tras el estallido de octubre de 2019 sea uno de los que tiene mejores indicadores de vacunación en el mundo? Las razones pueden ser varias. Una negociación que permitió disponer de vacunas oportunamente; la alianza temprana generada por las universidades; un Código Sanitario con una larga tradición, y un sistema de salud experimentado en procesos de vacunación.
En mi opinión, sin embargo, hay algo más. Es la forma como se construyó el sistema de salud pública durante el siglo XX, lo que de alguna manera no sólo implicó una cierta comprensión insustituible del Estado, sino que además estructuró la formación médica hasta hoy, una —que más allá de las preferencias políticas de los galenos— les ha dado una indiscutible legitimidad social.
La eficacia de nuestro proceso se debe en buena parte a esa trayectoria histórica. La Constitución de 1925, reformada en 1971, impuso al Estado el deber de velar por la salud pública, para lo cual debía destinar dinero suficiente para un servicio de salubridad pública; en 1938 se dictó la ley de medicina preventiva, quizá la herramienta más eficaz para gestionar la salud pública, conjuntamente con el Código Sanitario de 1931; la reforma de 1944 a los estudios médicos con especial énfasis en la sanidad pública; la creación del Servicio Nacional de Salud en 1952 y, pese a las reformas de la dictadura, la reforma a la autoridad sanitaria en 2004, que permitió la gestión en red del sistema de salud. Estos son ejemplos de cómo se fue construyendo el criterio de salud pública en nuestro país, uno donde el Estado y las universidades han cumplido un rol central.
Cuando se trata del funcionamiento de las prestaciones de servicio público, nada es fruto del azar. La vacunación de la cual hoy nos beneficiamos, y es orgullo internacional, es resultado de una manera de comprender el rol del Estado frente a las necesidades públicas. Porque tras cada pinchazo de estos meses están las huellas de Cruz Coke y Allende, entre tantos otros, que hicieron que todo esto fuese posible.
Algo que no deberíamos olvidar en los tiempos que vivimos, cuando algunos creen que la dignidad sólo comenzó con su lucha o que la eficacia de este proceso es fruto de una hábil capacidad negociadora de origen empresarial.