Cada año adquiere más fuerza la conmemoración del Día internacional de la mujer como espacio para reivindicar una participación igualitaria en nuestra sociedad, reconociendo avances y visibilizando las brechas existentes.
En el ámbito económico, sin duda se han registrado avances importantes, pero las brechas laborales siguen siendo elevadas. La baja participación laboral femenina -que había crecido lenta pero sostenidamente hasta la pandemia-, retrocedió más de una década. Habiendo transcurrido tres años, esta se ha recuperado, llegando a 51%, pero aún está por debajo del 53% previo a la pandemia y a la participación de los hombres que es de 71%.
¿Por qué es tan difícil aumentarla? De los cuatro millones de mujeres fuera de la fuerza de trabajo, tres millones y medio se encuentran en inactividad habitual. Es decir, no buscan trabajo ni están disponibles para trabajar, por razones familiares permanentes para 33% de ellas. En contraste, los hombres en inactividad habitual son sólo la mitad y esto se debe a razones familiares en solo el 3%, lo que evidencia la desigual distribución por género de las actividades del hogar y de cuidado no remunerado que existe en nuestro país. Las mujeres registran además un mayor desempleo (8,6% versus 7,6% en hombres), trabajo en jornada parcial y ocupación informal.
Por otro lado, la última Encuesta Suplementaria de Ingresos mostró que la brecha de género en el ingreso medio de los ocupados todavía es elevada con -21,7% en 2021. El acceso a educación de calidad y la promoción de la participación de mujeres en carreras no tradicionales y en posiciones de liderazgo, son piezas relevantes para disminuir esta brecha, junto a la promoción de herramientas disponibles en la negociación colectiva, como el acceso a información desagregada de remuneraciones.
Por otro lado, avanzar en opciones de mayor flexibilidad laboral que permitan conciliar trabajo y familia, en el acceso universal a sala cuna sin discriminar ni encarecer la contratación de las mujeres y en el establecimiento de un sistema integral de cuidados que facilite la corresponsabilidad social, ayudaría a reducir las barreras para una distribución equitativa del trabajo (remunerado y no remunerado), que hoy limitan la participación laboral femenina. También podría revisarse, con enfoque de género, el subsidio al empleo de las mujeres, que hoy sólo llega hasta los 59 años y puede percibirse por una sola vez durante cuatro años continuos, lo que limita su cobertura frente a las lagunas laborales que afectan a las mujeres. Así, políticas públicas que pongan en el centro la igualdad de género permitirán avanzar hacia una sociedad más justa, inclusiva y sostenible.