La semana pasada diversos especialistas comentaban en los medios de comunicación el resultado de las encuestas de opinión, cada una con su respectivo pronóstico electoral. Las ciencias sociales llevan un par de siglos tratando de desarrollar instrumentos para predecir la conducta humana, y probablemente nunca se va a lograr ese objetivo con precisión. Las técnicas estadísticas se han sofisticado, al mismo tiempo que la sociedad se vuelve menos legible, más compleja de interpretar. Por ambas razones, hacer buenas encuestas en la actualidad es muy difícil y sobre todo caro. Y más difícil y caro es pronosticar resultados electorales en un escenario de voto voluntario y alta desafección con la política. Desde hace un buen tiempo ya se ha hablado en Chile sobre la necesidad de contar con un órgano que regule las encuestas. No necesariamente porque haya una sospecha de manipulación de la información en favor de un sector político, pero sí porque el trabajo de las encuestadoras se haría mucho mejor si hubieran ciertos estándares de transparencia respecto de su trabajo y criterios metodológicos que cumplir para hacer públicos sus resultados. Las encuestas pueden ser eficientes brújulas para tomar ciertas decisiones en política, pero hoy son muy escasas las garantías que dan cuenta de la calidad de esas brújulas, o que realmente están calibradas hacia el norte. En el mundo ya han ocurrido varios casos en los que el pronóstico de las encuestas fue superado por los hechos de la realidad.
Por eso, como ciudadanos debemos evitar tomar decisiones guiados por estos instrumentos, o dar por hecho que sucederán aquellas cosas que las encuestas dan por hecho.